Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM (México, 1980). Profesor en materias de educación y comunicación de la Universidad Nacional de Cuyo.
Secretario Académico de la Universidad Nacional de Cuyo y director de la carrera de postgrado de Especialización en Docencia Universitaria desde 1995.
Doctor ‘Honoris Causa’ por la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (Colombia). Esta considerado entre los mayores expertos en América Latina de comunicación y educación y comunicación para el desarrollo.
Nuestra tarea de entretejer certidumbres
Apreciadas, apreciados colegas.
El 31 de marzo del corriente año, Elena Barroso me hizo la invitación de volver sobre el texto “Educar para la incertidumbre”, incluido en el módulo 1 de la Especialización, a fin de reflexionar sobre los tiempos desencadenados por un virus de alcance planetario. Mi primera reacción fue de duda. ¿Cómo decir algo en torno a lo que nos toca vivir a miles, millones de seres humanos? ¿Qué decir?
Ante tamaño desafío me asaltaron palabras de Eurípides:
“Los dioses nos dan muchas sorpresas: lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta”.
¿Qué puede expresar un educador frente a semejantes dimensiones de lo inesperado?
Planteamos hacia 1991 con Francisco Gutiérrez la propuesta de los “educar para” dentro de nuestra obra “La mediación pedagógica, apuntes para una educación a distancia alternativa”. A casi 30 años ellos continúan teniendo sentido, pero en lo referido a la incertidumbre nunca como ahora nos habíamos enfrentado una situación semejante.
Después de mucho reflexionar opté por buscar en mi memoria personal apuntes sobre lo que viví y sentí como incierto, siempre dentro de los escritos dedicados a promover y acompañar aprendizajes.
Hace ya muchos años, a finales de la década de 1970, descubrí en México la figura de Tezcatlipoca, un dios de la cultura azteca. Retomo lo que aprendí del libro La calavera, de Paul Westhein:
-el portador de las desdichas, de todas las formas de infortunio;
-el sembrador de discordias, el demonio de las tinieblas;
-su símbolo: el jaguar, la fiera al acecho para asaltar al hombre;
-uno de sus nombres “aquél cuyos esclavos somos todos”;
– dios de los salteadores, el hechicero, el prestidigitador que deslumbra y engaña;
-el que obra a su arbitrio.
Dice Westhein que estamos ante un dios que representa “un golpe constante a la conciencia de que no somos dueños de nuestro destino”.
¿De cuánto futuro dispones?
En una carta a nuestra hija Laura, escrita hacia el 2012, le explicaba el ejercicio denominado “¿De cuánto futuro dispones?”. Decía entonces:
“Cuando quiero hacerle entender a mis alumnos lo que significa la relación entre la incertidumbre y el futuro, me paro de perfil y pongo una mano con la palma mirando hacia mi cara: ¿hasta dónde alguien, como persona, como grupo, como empresa, como país, puede empujar futuro? El chico de la calle lo tiene pegado a su rostro, su futuro es un ahora permanente; ellos, los estudiantes a los cuales me dirijo, contaron con padres que pudieron empujar, proyectar futuro para que terminaran por cursar en una universidad; en las crisis siempre el futuro se viene encima”.
¿Encima de qué me preguntaba entonces?
Retomo lo planteado hacia 1998 en mi libro “La vida cotidiana, fuente de producción radiofónica”:
“La vida cotidiana se construye para sobrevivir en un océano de incertidumbre (como decía Bertrand Russell). Espacios, objetos, ordenamiento de las relaciones, rutinas, apuntan a crear un techo mínimo, un abrigo, frente a la naturaleza y al resto de la sociedad.
La certidumbre es “lo cierto”, lo que constituye un suelo sobre el cual me muevo. Ningún organismo, afirmaba Norbert Wiener en “Cibernética y sociedad”, soporta una incertidumbre demasiado prolongada. Pues bien, la búsqueda de certidumbre es constante en cualquier ser humano, búsqueda en todos los frentes de su existencia”.
Afirmábamos entonces que la vida cotidiana es el hogar del sentido. Cuando el futuro se viene encima, cuando un dios abre la puerta a lo inesperado, los sentidos que nos sostienen en lo más cercano, en lo más íntimo, pueden desbaratarse como hojas barridas por vientos encontrados. Tales huracanes nos arrojan a menudo a los terribles brazos de una precariedad sin márgenes. No olvidemos el alcance de ese término: precario viene del latín, prex, precis, plegaria, imploración, súplica; alude a provisoriedad, inestabilidad, inseguridad…
Si la vida puede llegar a estar sujeta a una precariedad sin márgenes, ¿nos toca a quienes educamos la pretendida misión de sembrar más incertidumbres? Nada de lo que expreso en estas líneas busca ir en esa dirección.
Sin embargo,he conocido miradas y prácticas que van en tal dirección. “Un educador, escuché una vez, tiene como tarea sacudir al otro, sembrarle incertidumbres para movilizarlo hacia el cambio de estructuras sociales”.
¡Me cuesta tanto admitir una generalización semejante!
Si la incertidumbre es la condición constante de amplios sectores de la población (por tanta amenaza, en la salud, en el trabajo, en la alimentación, en la vida…), si la pandemia nos incluye ahora a todos, en lugar de sembrar tempestades en medio de remolinos y olas gigantescas, ¿no sería más sensato, más humano, ofrecer espacios de calma en los cuales pueda lograrse un ejercicio de serenidad en el intento de buscar alternativas a estos zarpazos de Tezcatlipoca?
Lo siento así: toca a la labor educativa ofrecer certidumbres: la de las relaciones de ternura y de solidaridad, la de los afectos, la de la tarea compartida, la de las búsquedas comunes, la de la serenidad.
Para ello no cabe eso de andar arremetiendo con incertidumbres, no hace falta vociferar ni maldecir a todos los vientos y menos en tiempos como los de hoy. Recuerdo a don Atahualpa Yupanqui:
“Apenas mi voz levanto,
para cantar despacito,
que el que se larga a los gritos
no escucha su propio canto”.
Y canto es canto con todos, su sonoridad y colorido. Agrega el maestro:
“Yo me encontré frente al largo camino abrazado a la guitarra, que jamás ha sido un entretenimiento, sino una tremenda responsabilidad. Mi capacidad técnica es más limitada que mi conciencia. Por eso cuido, a mi manera, cada palabra, cada color de un acorde, cada intención de una copla”.
Recojamos esas preciosas palabras desde nuestra tarea de por vida: promover y acompañar aprendizajes.
¿Qué significa educar para la incertidumbre en una sociedad como la actual?
Respondíamos por aquellos años:
Lo primero:
Educar para interrogar en forma permanente la realidad de cada día y, por lo tanto, no enseñar ni inculcar respuestas.
Lo segundo:
Educar para localizar, reconocer, procesar y utilizar información.
Lo tercero:
Educar para resolver problemas.
Lo cuarto:
Educar para saber reconocer las propuestas mágicas de certidumbre, para desmitificarlas y resignificarlas.
Lo quinto:
Educar para crear, recrear y utilizar recursos tecnológicos de escala humana.
Y concluíamos:
“En definitiva, educar para la incertidumbre significa impulsar una actitud activa ante la misma, a fin de abandonar la ilusión de certidumbre y de moverse con una mente abierta a los cambios, a las transformaciones personales necesarias para sobrevivir en un espacio social tan complejo como el contemporáneo”.
A casi 30 años de aquellas afirmaciones no les quitaría ni una letra. Sí les agregaría, sí les agrego ahora lo que sigue, desde lo vivido y aprendido en el largo camino. Lo hago insistiendo en lo que acabo de expresar.
Nos toca como educadoras y educadores ofrecer certidumbres: la de las relaciones de ternura y de solidaridad, la de los afectos, la de la labor compartida, la de las búsquedas comunes, la de la serenidad.
Nos toca levantar firme la voz cantando despacito, en el sentido de evitar la vociferación y de sostener la expresión del juego pedagógico: “no hay prisa”.
Nos toca cuidar cada palabra, cada color de lo que expresamos para promover y acompañar aprendizajes, cada intención de las coplas en las que hilvanamos nuestra práctica.
Nos toca, frente a remolinos y olas gigantescas, ofrecer espacios de calma para sembrar relaciones más sensatas, más humanas.
Nos toca, desde nuestra práctica educativa, empujar, proyectar futuro, tarea que hemos realizado siempre pero que hoy nos reclama una tremenda responsabilidad, como decía don Atahualpa.
En abril de 2001, cuando tuvimos el acto de inauguración de la séptima promoción, me correspondió hablar frente a un conjunto de docentes que no superaba las 70 personas. Eran los tiempos de la crisis provocada por un quiebre económico de gran magnitud. Teníamos como total de inscriptos esa cifra, cuando veníamos de grupos de 200.
¿Se puede saber qué hacen ustedes aquí?
Entonces pregunté algo que todavía merece ser preguntado: ¿se puede saber qué hacen ustedes aquí? La nave del Estado crujía por todos sus rincones ¿cómo era posible ante semejante borrasca inscribirse en un posgrado en docencia?
Sin embargo, nuestros colegas estaban allí y ustedes están aquí, en este incierto hoy, integrando la Promoción 25.
Me recuerdan colegas, en este empecinamiento en la esperanza, en este compromiso con las preciosas certidumbres de nuestra práctica, en esta decisión de superar la imploración frente a la precariedad, las palabras de Martin Luther King:
“Incluso si supiera que mañana el mundo se desmoronará, igual plantaría mi manzano”.
Colofón
Hace unos años, en una de las tantas crisis de nuestra América Latina, me encontré con un querido comunicador y educador, Mario Kaplún. ¿Cómo estás Mario en medio de estos oleajes? Le pregunté. “Muy bien, dijo, sigo haciendo lo mismo de siempre”. Y en el fluir el diálogo agregó: “¿somos educadores no?”
La sabiduría de esas palabras se ilumina aún más con la presencia de ustedes en esta promoción. Seguir haciendo lo mismo y seguir creciendo en lo que hacemos. Así resistimos, así construimos, así nos alzamos frente a las acechanzas de Tezcatlipoca.
Comentarios al texto de Mg. Miguel Ángel Tréspidi
Comisión de políticas Educativas de FACE
Una rica reflexión, que penetra y explora las bases más profundas buscando puntos de apoyos sólidos desde los cuales se pueda sortear la emergencia, para salir a la superficie e iniciar la construcción de un mundo nuevo del que no tenemos ni siquiera una posible prospectiva, producto del efecto sorpresivo que nos produjo la crisis pandémica.
Hermosa la recurrencia a la natural y ancestral inteligencia de los antepasados y la de los pensadores-creadores populares, muchas veces lanzada al olvido o desdeñada por la soberbia que tenemos los humanos “más desarrollados”.
Entre los pilares que nos ayudarán a mirar, afrontar, pensar, proyectar, construir ese mundo nuevo o al menos los tiempos por venir, está la “serenidad”, agregaría la “prudencia”, “serena prudencia” en el obrar, en el hacer reflexivo, de manera que cada cosa que se haga sume, aunque sea mínimo,sume, que nunca reste.
Un diamante de pensamiento, lujoso aporte para los educadores que continúan el camino, esperanzados en alcanzar un mundo mejor.