Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.
Algunas temáticas ambientales comprometen a grandes regiones del planeta o a todo en su conjunto. Un ejemplo del primer caso es el denominado “agujero en la capa de ozono”, un problema que se detectó en la década de 1980: la reducción de la concentración de ozono en la estratósfera, a uno 20 a 25 kilómetros de altura sobre el nivel del mar. Este gas actúa allí como “filtro” para que la radiación solar dañina no alcance superficie de la Tierra. La rápida detección de las causas y la acción consecuente permitió estimar que entre 2030 y 2060 la concentración de ozono estratosférico regresará a los niveles considerados históricamente normales. Trataremos este tema con más detalle próximamente.
Aún más serio y sin vías próxima de solución es el calentamiento global, tema que es objeto de discusión en foros internacionales desde el Protocolo de Kioto de 1997, es motivo de manifestaciones populares a nivel mundial, oposición de muchos gobiernos y que, por todo esto, suele aparecer en los medios de comunicación de manera muy frecuente.
Todos tenemos la experiencia de que una habitación más o menos cerrada, con un techo transparente de vidrio o plástico se transforma en un invernadero: un ambiente con temperatura superior a la del exterior, sin necesidad de calentamiento adicional. Este calentamiento natural se debe a que los gases de la respiración, principalmente dióxido de carbono y vapor de agua, quedan “atrapados en el ambiente”. Esto hace que la radiación solar que calienta el suelo, cuando se refleja, en vez de escapar al exterior, sea absorbida por los gases del ambiente y estos se calienten: la energía que normalmente escaparía al exterior permitiendo que el aire se enfríe queda almacenada en las moléculas de esos gases, calentándolo.
La atmósfera terrestre se comporta como un invernadero: los gases normalmente presentes en ella impiden que el planeta se enfríe demasiado cuando no lo ilumina la luz del Sol. Sin el efecto de invernadero tendríamos condiciones de temperaturas extremas que harían la vida inviable tal como la concebimos en nuestro planeta.
Si la concentración de gases de invernadero aumenta por encima de los valores considerados históricamente como normales, el planeta se calienta demasiado, produciendo un aumento de temperatura anormalmente alta.
Los científicos han encontrado una relación causal entre el incremento en la emisión de dióxido de carbono y el aumento de la temperatura promedio del planeta, resultado principalmente del empleo de combustibles fósiles (carbón y petróleo) que se incrementó de manera sostenida desde lo que se denomina la Revolución Industrial (mediados del siglo XVIII en adelante).
Las preguntas claves son varias y las trataremos de responder de manera sencilla:
¿Se puede medir la concentración de dióxido de carbono? La respuesta es sí. Existen equipos sencillos para medir la concentración de prácticamente cualquier sustancia en el ambiente. La concentración de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero (por ejemplo, el metano, componente principal del gas natural) se pueden medir regionalmente a través de estaciones satelitales, pero como control mundial se emplea una estación de monitoreo de referencia que se encuentra en el volcán Mauna Loa. La ausencia de vegetación en las proximidades a él permite conocer sin interferencias de otras fuentes cercanas la concentración de dióxido de carbono atmosférico: su variación a través del tiempo es una indicación de su cambio promedio en la atmósfera terrestre (la concentración se expresa en moles (o moléculas) por millón de moles (o moléculas) mpm[1], aproximadamente la cantidad de litros de dióxido de carbono que hay en un millón de litros de aire atmosférico seco).
En el año 2008 la concentración de dióxido de carbono medido en el observatorio Mauna Loa fue de 383 mpm y en 2012 de 396 mpm; debe tenerse en cuenta que la concentración de dióxido de carbono que contribuyó a modelar el clima de la Tierra a lo largo de dos millones de años fue de solo 275 mpm.
¿Cómo se sabe la concentración de dióxido de carbono que había antes de la Revolución Industrial o, incluso, en los siglos XVIII, XIX y XX? En realidad, las primeras mediciones de dióxido de carbono que se han realizado son de comienzos del siglo XIX, pero según los expertos, son confiables solo aquellas a partir de 1957. Considerando que la medición con el propósito de seguimiento del cambio climático es más reciente, no es muchísima la información disponible a través del tiempo. Afortunadamente, el dióxido de carbono atrapado a diversas profundidades del hielo antártico permite hacer una buena estimación temporal de este gas en un momento determinado del pasado.
¿Cómo se mide la temperatura promedio mundial? Actualmente, mediante estaciones distribuidas alrededor del mundo e integradas en el Sistema Mundial de Observación para la Vigilancia Meteorológica Mundial.
¿Hay otras causas para el efecto invernadero? Como se dijo, la causa principal se debe a la quema de combustibles fósiles, a lo que se le suma la deforestación, ya que la desaparición de bosques produce un gran desbalance, haciendo que los vegetales muertos aporten a la atmósfera grandes cantidades de dióxido de carbono y, por supuesto, desaparezca el ciclo por el cual las plantas consumen este gas para crecer (fotosíntesis: formación de azúcares y otros compuestos durante el día, aprovechando el dióxido de carbono y la energía solar).
Hay otros gases de efecto invernadero que no agregaremos aquí para no llenar al lector de información innecesaria.
[1] En las publicaciones se usa en símbolo ppm (partes por millón, pero en este contexto de la descripción resulta ambiguo).
Hay otros gases de efecto invernadero que no agregaremos aquí para no llenar al lector de información innecesaria.
No ahondaremos en un tema que necesariamente se termina transformando en una cuestión política (¡todo es política, dice un gran amigo mío!). Si tomamos como referencia la emisión de gases de efecto invernadero, China, EE. UU. de N.A., India y Rusia, juntos, emiten anualmente más de la mitad de los gases de efecto invernadero que llegan a la atmósfera; a su vez, estos países tienen alrededor de 42% de la población mundial. Lo que es verdaderamente llamativo es que, si distribuimos las emisiones de dióxido de carbono por habitante, un norteamericano “emite” algo más que un ruso y cada uno, entre tres y cuatro veces lo que emite un argentino.
Un habitante de la India, en cambio, es responsable de la mitad del dióxido de carbono que nos corresponde a cada uno de los argentinos (los datos se expresan en toneladas anuales; a cada habitante de los EE. UU. le corresponden casi 14 toneladas y a un argentino cerca de 4). Esto está claramente relacionado con el consumo energético, tema que trataremos próximamente.
El aumento de la temperatura promedio del planeta tiene consecuencias globales y también regionales. Una consecuencia global es la desaparición de hielos en la Antártida y el Ártico: grandes masas de hielo transformadas en agua líquida pueden aumentar el nivel de los océanos, conduciendo a la desaparición de islas y la modificación de las costas, con inundaciones en los continentes.
Las consecuencias regionales implicarán cambios en el clima: zonas frías que se volverán tropicales, regiones cálidas que se enfriarán; cambios en los regímenes de vientos y tormentas; disminución del agua potable en algunas zonas del planeta; desertización de regiones actualmente fértiles y mejoras de fertilidad en zonas actualmente desérticas.
Nótese que de esta última afirmación no todos se verán perjudicados a corto plazo por el cambio climático. Por eso, mientras la ciencia trabaja en soluciones y los gobiernos de los países responsables actúan en consecuencia, zonas hasta ahora infértiles de nuestro país pueden transformarse en suelos vírgenes para el cultivo de productos muy demandados.
Toda crisis puede ser una oportunidad y, a corto y mediano plazo, la Argentina, país poco poblado y con una población mal distribuida, puede verse favorecida de esta transición que nos llevará restituir el planeta a una situación más “normal”.
Si durante ese proceso, grandes zonas desérticas de nuestro planeta se vuelven productivas, deberán aprovecharse, ya que claramente habrá un desplazamiento de la productividad mundial. Lo peor que se puede hacer es quedarse estático, esperando las consecuencias finales. En todo caso, es preferible decir, con Joaquín Sabina, “que el fin del mundo te pille bailando”.