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PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

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Noticias Ambientales

PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Buenos Aires: hermosas cafeterías con el peor café del mundo

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Nos proponemos pintar nuestra aldea, describiendo su ambiente -es decir, lo que nos rodea- con la subjetividad que nos permite el vivir en una de las ciudades más importantes del mundo, y con la objetividad que aporta el conocimiento y el sentido común y, sobre todo, el buen sentido (este a veces se contrapone a aquel).

Será un paseo tranquilo pero una descripción viva y animada, tal como define el diccionario al verbo pintar. Acompáñenos.

La reina del Plata

Buenos Aires se modernizó y embelleció a partir de la epidemia trágica de fiebre amarilla de 1871. La decisión de entubar los arroyos que la atravesaban y esparcían lodos y aguas contaminadas en sus márgenes, permitieron que la ciudad, geográficamente aislada en franjas fangosas y peligrosas, se uniera en una amplia planicie con hermosas barrancas en zonas próximas al río. Esa decisión, que hoy sería muy cuestionada ambientalmente, permitió que se abriera la Avenida de Mayo, al tiempo que se desarrollaba el monumental sistema de obras sanitarias con una empresa nacional que sería ejemplo para toda América durante casi un siglo.

Tan rápida y elegante creció la ciudad en su coqueta calle que recuerda a Madrid, que al poco tiempo el gran depósito del majestuoso edificio del Palacio de las Aguas Corrientes de la avenida Córdoba al 1900 ya no podía proveer a los edificios altos del centro de la ciudad.

La reina del Plata tenía un palacio hermoso que cumplió su misión hasta fines de 1970; los depósitos de agua aún activos son los de Caballito (avenida Pedro Goyena) y Devoto (avenida Beiró). Tan magnífica obra ingeniería, en tiempos en que el ambiente no estaba en la agenda política excepto frente a grandes catástrofes, proveyó significativas ganancias prácticamente sin inversión a la concesión privada de los años 1990.

Antes de seguir, una curiosidad: esa vocación por monarcas y palacios que nos rodea (Buenos Aires tiene o tuvo desde “El rey del confort” hasta el “Palacio de la papa frita”), ¿no ocultará un sentimiento no cristalizado originalmente que algunos próceres entrevieron como salida a la nación que se formaba a principios del siglo XIX?

¿Dónde está el río?

La ciudad tapó sus arroyos y se alejó, a fuerza de relleno constante, del Río de la Plata. De sus aguas color castaño proviene el agua potable de excelente calidad desde hace bastante más de un siglo. Ese mismo río, sin embargo, parece estar cada vez más lejos de Buenos Aires y más cerca de Montevideo. A su vera mandamos, como encondiéndolo, el monumento al hombre genial, ocasionalmente en desgracia, acusándolo de traición por descubrimiento.

La memoria reciente y parcializada también tiene un lugar allí, como lo tiene una mágica reserva ecológica que apareció como consecuencia de frustradas inversiones inmobiliarias en tierras ganadas (¿ganadas?) al río. Hoy se proyectan barrios carísimos y, por lo tanto, exclusivos, que seguirán construyendo un muro entre nosotros y ese mismo río que nos sostiene ambiental y económicamente.

Hace unos días iba conduciendo por la avenida Lugones con el navegador del auto activado y de repente me encontré comentándole a un amigo: “me gusta recorrer Buenos Aires con el GPS: puedo apreciar la imponencia de nuestro río mejor que paseando por la costanera”.

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Mirar para arriba

Teniendo cuidado de no tropezar y caer sobre necesidades caninas y las necedades de sus tutores, mire por encima de las marquesinas comerciales que dividen en dos a los edificios, paralelamente a la vereda; el observador apreciará los balcones y terrazas de construcciones añejas y hermosas, perdidas entre una maraña de letras de colores y cables enredados de compañías de cable, electricidad y teléfono.

Barrios como Floresta tienen construcciones cuyos frentes fueron copiados de Barrio Parque, allá en Palermo Chico: toda una paquetería que se permitió una sociedad trabajadora, con aspiraciones pequeño burguesa que se instaló en barrios periféricos, más allá de Flores.

Vi hace unos pocos años una solución simple, económica y bella que cambió la vista de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca: todas las marquesinas del centro histórico debieron removerse y colocarse en forma plana sobre la pared y no volada sobre las veredas: el detalle cambió como de la noche al día el entorno visual de la histórica ciudad fundada por Mate de Luna.

Verde, que te quiero verde

Es poco imaginativo el subtítulo con los hermosos versos de García Lorca. Pero ¿dónde está el verde de Buenos Aires? La aparente ventaja vehicular del Paseo del Bajo fue supuestamente compensada con arbustos autóctonos -plantas de cortadera – que pasan gran parte de su tiempo amarillentos y que, encima, son un peligro para los transeúntes.

Hace cerca de tres meses avisé al gobierno de la ciudad de que el cruce peatonal próximo a la avenida Independencia era un peligro porque las plantas impedían ver a los vehículos que vienen a velocidad por Alicia M. de Justo hacia el norte. La denuncia fue desestimada. A los pocos días, una profesora fue arrollada al cruzar para ir dar clases a la universidad: todavía se repone de su fractura de pelvis…

Pensar que arbustos y macetas pueden mejorar los espacios verdes me parece un error de cálculo. Según números tomados de internet, la ciudad de Buenos Aires tiene seis metros cuadrados de espacios verdes por habitante. Rosario tiene casi el doble, aunque reconozcamos que las ciudades argentinas distan muchos de las europeas: leo que Roma tiene casi 167 metros cuadrados por habitante. ¿Estarán bien las cuentas?  Comparo con el Google Maps y parece que sí…

Colofón para descansar un poco

Nuestro paseo está por la mitad o tal vez menos. Buenos Aires tiene mucho para mostrar y mucho para ver. Tomémonos un cafecito, pero no en cualquiera de los cientos que hay en la ciudad: busquemos uno de esos que usan cápsulas herméticas y que garantizan calidad pareja y buen sabor. Una de las ciudades con mayor cantidad de cafés y bares, y de los más bonitos que se conocen, sirve uno de los peores cafés del mundo. Como dice mi madre: “no lo digo yo, está escrito…”

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

La pregunta del millón

En un artículo anterior comentamos que la problemática ambiental se puede clasificar por su alcance en: global, regional y local. Si la importancia de los temas se midiera por su tratamiento en los medios, no cabe duda de que las temáticas globales parecen concentrar toda la preocupación.

Los temas regionales se ponen de relieve solamente cuando ocurre algún evento catastrófico como inundaciones, sequías o un derrame de líquidos industriales como sucedió en una mina de la provincia de San Juan hace algunos años. Por otro lado, los temas ambientales locales casi no forman parte de la agenda de los medios.

¿Por qué ocurre esto si la problemática ambiental de una gran ciudad o de una pequeña localidad son importantes para la calidad de vida del ciudadano de a pie? Calidad de vida que, por otra parte, mejora o empeora perceptiblemente en cuestión de pocos días y no de decenas de años o siglos, como puede atribuirse al cambio climático.

Nos hicimos esta pregunta y llegamos a una serie de reflexiones que, por lo comprometidas, son difíciles de tratar sin caer necesariamente en el etiquetamiento político, una tendencia común y peligrosa a la que somos muy adeptos los argentinos, tendientes al fanatismo y poco proclives al análisis y diálogo objetivos.

El ambiente y nosotros

Primero.

Debe aceptarse que todo lo que ocurra fuera de nosotros mismos o de nuestro entorno íntimo familiar, forma parte del ambiente. “Yo soy yo y mi circunstancia”, dijo el filósofo, y nuestra circunstancia es el mundo que nos rodea, es decir el entorno, o sea el ambiente.

Pensar que “lo ambiental” está vinculado solamente con que se vean menos mariposas en primavera o que el otoño se adelante es una limitación conceptual de quienes entienden mal y explican peor el tema. Todo lo que pasa más allá de las pareces de nuestro hogar es el ambiente; ambiente que, naturalmente, compartimos y nos pertenece.

Esa pertenencia común nos involucra porque el saber compromete: como lego, puedo ignorar que la fisura en la casa de mi vecino es estructural y puede derrumbarse, pero si soy ingeniero y percibo casualmente el problema tengo la obligación ética y profesional de informárselo.

Segundo.

Escribir o hablar de mi ambiente, de nuestro ambiente, da la oportunidad de opinar sobre nuestra propia experiencia, experiencia que es al mismo tiempo observacional (yo como espectador de lo que nos pasa) y vivencial (yo como actor de lo que me pasa).

Como experto en temas ambientales puedo, en cuestión de un par de semanas o menos, hacer un relevamiento objetivo de la problemática ambiental de una pequeña localidad, digamos, que está a mil quinientos kilómetros de mi casa.

Pero como habitante de mi localidad soy un monitor continuo de lo que afecta o beneficia a nuestro ambiente. Todos somos sensores vivientes del ambiente, y con un entrenamiento básico, de escuela primaria, podemos ser detectores sensibles y bien calibrados de lo que modifica, para bien o para mal, a nuestro ambiente.

Opinión, formación y responsabilidad

Tercero.

Toda opinión que usted o yo emitamos sobre este o cualquier tema será tomada con intencionalidad política. Es inevitable, y no solo en nuestro país; volvemos a la cuestión del etiquetamiento que mencionamos párrafos más arriba. Pero no señalar los problemas para evitar que nos etiqueten es, como mínimo, autocensura y como máximo, cobardía.

No hay ideología en las cuestiones técnicas: hay cosas que técnicamente están mal y cosas que técnicamente están bien; y hay muchas cuestiones que solucionan un problema, pero generan otros: el daño ocasionado no puede ser mayor que el bien que se pretende; es decir, el remedio no puede ser peor que la enfermedad.

Entre esos extremos hay muchas maneras de hacer las cosas, pero hay algunas que son mejores que otras. En la temática ambiental se trata de hacer lo mejor en beneficio del ambiente, que en definitiva es en beneficio de todos. Tratar temas ambientales con un sesgo político es tan inmoral como que un médico de un partido político se niegue a salvar la vida a un enfermo del partido opositor.

Cuarto.

 La detección de situaciones que degradan el ambiente de las personas que viven en él tiene mucho de obvio y también de intuitivo: todos sabemos qué es lo que perjudica al medio en que vivimos, aún más allá del perjuicio individual, es decir, con respecto a un perjuicio colectivo superior.

Pero hay temas que pasan desapercibidos por el lego y que solo pueden ser detectados o anticipados por especialistas. Por eso es clave que tanto en la función pública como en las empresas privadas el área ambiental esté a cargo de especialistas y, particularmente, de profesionales que con su accionar pongan en juego su puesto, su prestigio y su licencia.  

Los intereses creados

Quinto.

 Existen intereses creados que accionan sobre quienes toman decisiones. “Accionar” tiene un significado ambiguo: puede referirse tanto a influenciar sobre qué se decida o, directamente, a concretar negocios espurios con la complicidad y beneficio directo de la autoridad. Los factores de presión existen: algunos aspectos vinculados con el perjuicio del ambiente son tan obvios que solo pueden explicarse a través de ellos.

Sexto.

Con la temática ambiental pasa lo mismo que en su momento ocurrió con las cuestiones vinculadas con la calidad. Las empresas no se ocupaban de ella porque desde todo punto de vista implicaba pérdidas: invertir en mejorar procesos y productos, gastar en controles internos y, sobre todo, recibir cada tanto la mala noticia de que los procesos no andaban bien y los productos eran defectuosos y, por lo tanto, un proceso había que mejorarlo (pérdida de tiempo), una máquina había que cambiarla (pérdida de dinero) o un lote de producción había que desecharlo (pérdida de tiempo y muchísimo dinero).

Cuando se impuso la obligación de contar con sistemas de calidad adecuados y las empresas debieron ajustarse a normas para exportar, la cuestión cambió y de una ecuación aparentemente desfavorable aparecieron oportunidades que beneficiaron a la empresa a través de la mejora de los productos.

Aunque parezca mentira, el cambio fundamental debió ser cultural: introducir en los gerentes, supervisores y empleados la conciencia de que la calidad importa de manera efectiva y no declarativa.

Lo mismo ocurre con el ambiente: la calidad del ambiente importa y no como un lema de la dirección de una empresa o de un gobierno municipal; el ambiente importa porque en ello va la calidad de vida nuestra y de nuestros propios hijos y nietos. Y también debería ir en ello el futuro político del gobernante.

Colofón y anticipo de lo que viene

Se atribuye a Tolstoi la frase “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. En un próximo artículo trataremos la temática ambiental de nuestra gran aldea, la ciudad de Buenos Aires, para que el lector que vive en ella observe con detenimiento el mundo que lo rodea, quien lea la nota en las otras grandes o pequeñas ciudades del país pueda reconocer y reconocerse en lo que tratemos y, finalmente, para que, quien viva en el extranjero compare y escrute su propia aldea: las personas y lo que hacemos con el ambiente no somos tan distintos. La diferencia fundamental, en todo caso, es con qué responsabilidad encaramos nuestra vida en comunidad.

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