Social y Solidaria

“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

AMBIENTALES 1200

Noticias Ambientales

“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Vivir filosóficamente

“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió en 1914 José Ortega y Gasset, el mayor filósofo que dio nuestra lengua en el siglo XX. La filosofía, tan abandonada y pretensiosamente reemplazada por otras disciplinas tiene, sin embargo, dos virtudes irremplazables por cualquier otra ciencia: por un lado, poner al hombre a la altura de su propio tiempo, como síntesis del pasado, para proyectarlo desde el presente hacia el futuro: diríamos hacerle presente el futuro a través del pasado; por otro lado, integrar en una sola y gran Ciencia las parcialidades -las perspectivas- de las ciencias particulares.

Por ejemplo, al principio del siglo anterior ni remotamente se consideraba al ambiente como una realidad preocupante; si lo hubiera sido, no se hubiesen tomado decisiones en favor de tecnologías que hoy estamos tratando de reemplazar (por ejemplo, los motores de combustión interna y el empleo de derivados de petróleo para esos mismos motores, para centrales de energía y para producir productos químicos). Sin embargo, hubo quien ya percibió la importancia de las circunstancias sobre la vida de cada uno de nosotros.

Yo y mi circunstancia

Volvamos, entonces, a Ortega; su discípulo Julián Marías hace algunas precisiones. En la frase del principio se dice dos veces YO; el segundo YO, el que tiene condición de atributo, es algo así como una noción abstracta, tal vez más relacionada con la naturaleza de nuestra humanidad que con UNO mismo. Ese segundo YO no tiene sentido si no va acompañado por MI circunstancia, ese conjunto de eventos y realidades que nunca nos son ajenas y que nos influyen a CADA UNO de manera diferente. Ese segundo YO y la circunstancia son lo que construyen al auténtico YO de cada uno, ese que nos hace únicos, irrepetibles y necesarios.

Pero detengámonos en qué es MI circunstancia. Podríamos decir que es aquello que nos rodea (a cada uno de nosotros, a cada YO) por afuera y por adentro de nuestra piel. Así vista, la piel es solamente una barrera que separa el mundo exterior de Mi mundo físico y psíquico interior: lo que ocurra en ambos son parte de MI circunstancia y cualquier modificación en esa circunstancia modificará a esa totalidad vital que denomino YO.

Demasiada filosofía…

¿Parece demasiado filosófico? ¡De eso se trata! De hacer que ESTO que llamo YO se salve, es decir, viva lo más posible, lo más sano posible y de la manera más feliz posible haciendo todo lo posible para salvar a su circunstancia, es decir haciendo todo el bien posible para salvarse.

Nada más lejos lo que acabamos de decir que el “sálvese quien pueda” de nuestros tiempos postmodernos, sino precisamente al revés: actuando para salvar a mi entorno me salvo también yo.

Imaginemos que cada uno de nosotros (es decir cada YO) estamos en el centro de una cebolla cortada de manera transversal: somos ese centro verdoso e insignificante, rodeado de capas o túnicas que constituyen nuestra circunstancia. Las túnicas más cercanas son nuestra circunstancia más próxima: nuestra familia, la canilla de la cocina, el gato y el perro… Ocurren cosas: acabo de discutir con mi hija, la canilla gotea, el gato acaba de arañar al perro porque quiso comerle su comida. Debemos actuar sobre esa circunstancia inmediata para bien de todos y para bien propio. Las cosas no pueden dejarse como están, es necesario hacer, recomponer, reparar.

Las capas de la cebolla se van alejando

La segunda capa de la cebolla es nuestra cuadra o, tal vez, los vecinos del edificio: este deja la basura desparramada en la vereda, aquellos ponen música fuerte hasta las tres de la madrugada, el perro del vecino corre a mi gato. De nuevo, la circunstancia raramente no me afecte, pero al afectarme a mí también afecta a otros.

Otra capa de esta cebolla imaginaria es el barrio: las calles están sucias, los contenedores repletos de basura y olorosos, los restaurantes y bares invaden las veredas con sus mesas, los delincuentes están al acecho y la policía no hace nada…

Las capas se van alejando físicamente de mí, pero su influencia puede ser cada vez mayor y mi inhabilidad para actuar sobre el entorno se complica: es más fácil recomponer la relación dentro de mi familia que terminar con los robos o conseguir que las autoridades limpien las calles.   

Así hasta los confines más alejados de mi ciudad y de mi país. La comunicación cada vez más rápida nos hace partícipes de lo que ocurre en los lugares más alejados del planeta: un incendio forestal en la provincia de Córdoba nos impacta como uno en Chile y una banda de traficantes de pornografía infantil de algún lugar de Europa pone en peligro real y en tiempo real a los niños de mi casa.

Vivir encebollados

Cada capa de la cebolla influye sobre las interiores y las exteriores a ella y todas influyen sobre mí. Esas capas son el ambiente que, de una u otra manera construimos con diferentes grados de responsabilidad cada uno de nosotros. Pero ¡cuidado! Nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que pensamos, porque las democracias nos permiten elegir y, así como cada voto cuenta (matemáticamente) para que un candidato gane, también cuenta (vale) a la hora de que el gobernante actúe. ¿Estoy diciendo que un voto de un ciudadano en otro país vale para mí? ¡Sí!, eso digo. Y no se trata de ideologías afines, se trata de algo mucho más serio: de que el bien triunfe sobre el mal. Porque en este mundo interconectado y confusamente relativista hay cosas que están bien y cosas que están mal. Más aún: hay muchas maneras de hacer bien las cosas, pero unas maneras son mejores que otras.

En el extremo, vemos que hay dos maneras de hacer el bien: se lo puede hacer bien o mal. Hacer mal el bien puede generar mucho mal, como ocurre, por ejemplo, en la educación con algunas tendencias pedagógicas (hablaremos de esto en otra oportunidad).

Por eso, es imperioso aprovechar las mismas comunicaciones para participar activamente o comunicando nuestras ideas, para lo cual es necesario pensar (no confundir con opinar). Y pensar es un acto de la voluntad y, por lo tanto, individual. “Hay que enseñar a pensar”, dicen algunos sin saber lo que dicen. Pensar es una actividad natural del ser humano; pensar con criterio, analizando hechos, conociendo el pasado, manejando las operaciones aritméticas básicas y un lenguaje preciso es otra historia muy distinta. Estamos rodeados de opinantes, personas sin formación, sistemática o no, que dicen lo que se les ocurre, sin detenerse a pensar dos segundos los que sale de sus bocas.

Volvamos al ejemplo de la cebolla. Si alguien inyecta un veneno en la túnica más externa, este se difundirá envenenando las capas interiores y envenenándome finalmente a mí. Ni qué decir si el veneno ingresa directamente a mí desde las raíces: el daño se irradiará desde mi circunstancia interna hacia el exterior. El veneno puede no ser un producto químico sino una información tendenciosa, un insulto, una agresión verbal a mi religión, a mi nacionalidad, a mi color de piel… Esos son los peores venenos porque son los que llegan directamente al alma.

Circunstancia y medio ambiente

Ahora podemos ver con claridad que aquellos que llamamos AMBIENTE es parte de mi circunstancia y como tal, parte de mi propio YO. Y vemos también que el ambiente, como lo entendemos con bastante superficialidad, no es solo el mal uso de pesticidas, los incendios intencionales o no de bosques, las emisiones de dióxido de carbono o la contaminación por desechar mal las pilas.

Todas esas son circunstancias que se unen a muchas otras, externas e internas a cada uno de nosotros, que nos van construyendo o nos van destruyendo lentamente. Reconocer eso implica estar alertas y que nada nos sea indiferente.

Todo lo que hacemos suma o resta para los demás y suma o resta en nosotros mismos. Es un error pensar que lo que a mí me favorece necesariamente perjudicará a otro (cuando el centro de la vida pasa por la economía, esto suele suceder).

Como dijimos en otra nota, nosotros somos el ambiente. Y ese ambiente por el que nos preocupamos, que intentamos cuidar con leyes y protocolos internacionales puede destruirse irreversiblemente en cuestión de segundos, por ejemplo, por una guerra.

Colofón circunstancial

Bastante antes que Ortega y Gasset, dicen que Napoleón dijo que “las leyes de las circunstancias son abolidas por nuevas circunstancias” y se preguntaba: “¿qué son las circunstancias? Yo creo las circunstancias”. Ambas frases son parcialmente ciertas y confirman lo que venimos diciendo: nuestras circunstancias son cambiantes, pero también podemos modificarlas. La vida es eso: construirnos desde nosotros mismos desde cada circunstancia personal.

La historia muestra que lo que a mí me beneficia de manera auténtica es lo que beneficia a otros. Para discernir claramente esto debemos pensar, usar nuestra inteligencia.

Solo la inteligencia de cada uno de nosotros (no la inteligencia humana, en forma genérica, ni la de unos pocos elegidos) salvará al ambiente, es decir, a nuestra circunstancia. Y nos salvará a nosotros mismos.

Mira también:

ELEGÍA SOBRE LA EDUCACIÓN

Noticias Ambientales ELEGÍA SOBRE LA EDUCACIÓN El  Objetivo de Desarrollo Sustentable N° 4 Por Héctor José Fasoli Doctor en Química, docente e investigador,especializado en temas

Read More »
Share on facebook
Compartir nota en Facebook

PERDIDO EN LA GRAN CIUDAD

NOTA AMBIENTAL 1200

Noticias Ambientales

PERDIDO EN LA GRAN CIUDAD

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Dijimos varias veces y de diversas maneras desde estas páginas que el ambiente es lo que nos rodea por afuera de nuestra piel y que, a su vez, nosotros somos partes del ambiente del prójimo.

Nos detuvimos ya en la cuestión de esa proximidad porque parece que los grandes temas ambientales son los que nos aproximan a una catástrofe mundial: el “agujero” en la capa de ozono y la emergencia climática o cambio global. Se tienen aparentemente fuera del ambiente las migraciones masivas, las guerras, las enfermedades y la pobreza.

Pero en estas notas somos más modestos aún: nos preocupa el ambiente cercano, ese que nos quita la armonía cotidiana que damos por asegurada, que transforma la rutina de lo predecible en una complicación inesperada que nos exaspera y, en definitiva, nos estresa innecesariamente.

Repasaremos el maltrato cotidiano que cada uno sufrimos desde nuestro ambiente cercano y que nos pone en un estado de indefensión capaz de llevar a la alteración psicológica al espíritu más templado.

Son unos pocos ejemplos que pueden pasar más o menos desapercibidos; el lector sabrá poner en evidencia los más groseros, que ordenados en una lista parecerían interminables.

Señales del caos

La Argentina en general y el área metropolitana en particular son los lugares peor señalizados del mundo. La desidia alcanza a la falta de nombre en muchísimas calles- puede caminarse decenas de cuadras sin ver la denominación de la transversal- y a calles con doble numeración en el Gran Buenos Aires.

Muchos nombres se abrevian, confundiendo al transeúnte local y ni qué decir del extranjero (¿por qué la avenida Francisco Beiró la escriben como Fco. Beiró?); hemos visto calles con el apellido antes del nombre (hasta hace poco, la calle María Catalina Marchi tenía un cartel que decía Marchi, María Catalina).

Muy cerca de ella, la calle Concepción Arenal tiene cartel de contramano tanto para quien desea doblar desde Cabildo como quien lo quiere hacer desde Manuel N. Savio.

La mayoría de los semáforos están colocados cruzando la bocacalle en vez de estar antes del cruce. Por ejemplo, si usted tiene luz verde por avenida Intendente Bullrich y gira a la derecha por la Avenida del Libertador, se encuentra con un semáforo rojo que aparentemente es para quienes esperan unos setenta metros más atrás, junto al campo de polo (!).

La señalización de rutas y autopistas es otra cosa digna de mencionar. Por ejemplo, para tomar el acceso Norte desde la General Paz hay que hacer una gran curva donde se indica que la velocidad máxima es 40 kilómetros por hora y que el radar vigila. ¿Hasta dónde tiene validez esa indicación? El sentido común sugiere que hasta que se unen los varios carriles del acceso, que vienen desde el Río de la Plata; así también lo indica el GPS.

Sin embargo, no hay señal que anuncie el permiso de aumentar la velocidad y los respetuosos deben soportar el asedio de los apurados (asedio: eufemismo por bocinazos e insultos de violencia desproporcionada).

Amigos extranjeros, acostumbrados a respetar los carriles en las rutas y autopistas de sus países, estuvieron a punto de accidentarse al seguir líneas de carriles que terminan contra el guarda-rail de la izquierda sin ningún aviso previo.

Traslado Monumento a Colón

Rehenes del pasado

El ser humano es un individuo histórico: conoce por referencia su pasado y debería servirle para corregir sus errores. Pero a su vez los acontecimientos de una época forman parte de la forma en que se vive en ella. Los hechos de un tiempo se juzgan con las leyes de ese tiempo; es absurdo juzgar el pasado lejano con las leyes o la ética del presente. No pretendo aquí dar una clase de filosofía histórica pero sí señalar los absurdos en los que caemos los argentinos.

Hace no muchos años se quitó de la hermosa plaza que está detrás de la Casa de Gobierno el fabuloso monumento a Cristóbal Colón, donado por la colectividad italiana; en su lugar se emplazó la de la heroína de la Independencia Juana Azurduy. Ambos finalmente terminaron castigados: Colón en un lugar desabrido junto al río, dándonos la espalda; como los porteños le damos la espalda al río, cosa de la que ya hablamos en otra nota, y nos ignoramos mutuamente.

Juana Azurduy fue desplazada frente al CCK: su valor histórico y visual fueron degradados porque en el antiguo predio de la Casa Rosada ahora hay…nada atractivo. Pero lo peor, y que debe llamar la atención a más de un visitante, es que el espacio verde sigue llamándose Parque Colón, que por él pasa la avenida de la Rábida y que hacia el sur comienza la hermosa avenida Paseo Colón.  

Mientras nos seguimos peleando con nuestro pasado y poniéndole nombres exóticos a su conmemoración, los EE.UU. homenajean a los colonizadores españoles: tienen el Día de Colón y en el sur del Estado de la Florida se recuerda con calles y monumentos a Ponce de León. Por cierto, el verbo “colonizar” no viene de Colón, sino que significa establecer una colonia; a su vez una colonia no es, en absoluto, sinónimo de conquista ni de esclavitud, aun cuando en ellas se pudieron cometer tropelías como en cualquier lado del mundo y en cualquier época.

¿Quién conoce el SIMELA?

El Sistema Métrico Legal Argentino –SIMELA- es el sistema de unidades de medida de uso obligatorio en el país, basado en el Sistema Internacional de Unidades. Por ley debe respetarse en cualquier documento oficial ya sea escrituras, planos, propiedad industrial, etc. y, por lo tanto, debería enseñarse a partir de los primeros años de la escuela primaria, además de ser de uso exclusivo en las universidades.

Solo algunos ejemplos: una salida del acceso norte dice: “CALLE THAMES 500 M” (el metro, unidad de longitud, tiene como símbolo la letra m, minúscula y sin punto final). Pero, enseguida, otro cartel dice: “Av. MÁQUEZ 350 m”. En el Acceso Oeste la salida a un aeropuerto se anunciaba a 500 MTS. (así, como una incorrecta abreviatura, con punto final).

La etiqueta de un alfajor dice que tiene 18,5 gr de hidratos de carbono; lo correcto es 18,5 g (símbolo de gramo) y que su “valor energético es” 145 kcal (kilocalorías); aunque esta forma de expresar el llamado también “valor calórico” de los alimentos es frecuente, lo aceptado por el SIMELA es expresarlo en kilojoules (o kilojulios); las 145 kcal del alfajor equivalen a 606 kJ (¡sí, la k minúscula por kilo y luego la J mayúscula por el nombre propio de Joule). Una dieta diaria de 2000 kcal corresponde a unos 8400 kJ.   

¿Parece difícil? Les aseguro que no, si se aprende desde chiquitos: así como al tema se lo enseñó mal puede enseñárselo bien, aunque sospecho que ni siquiera se enseña…

Colofón alterado

Hablamos de pequeñas agresiones al entendimiento, sutiles para muchos, sin importancia para muchos más, imperceptibles por acostumbramiento para la gran mayoría. Pero el ambiente es el otro, venimos diciendo, y hay muchos que están acostumbrados a vivir con cuestiones elementales ordenadas, entre ellos muchísimos visitantes de las provincias argentinas y del exterior del país.

Un querido profesor de la secundaria, a quien encontré poco después de egresar en una librería de la Avenida de Mayo, me dijo: “Fasoli: a veces me pregunto si no sería más saludable vivir en la ignorancia”. Dicha por él, historiador preparadísimo, la frase fue una clara ironía que me retumba hasta hoy.

La respuesta es: no y mil veces no; lo que debemos hacer es taladrar con la verdad y enseñar siempre. No engañarnos con los ídolos transitorios del presente y quedarnos con los hombres y mujeres egregios y permanentes. No importa que la confusión nos altere los nervios y nos haga vibrar interiormente.

Quien no vibra, quien se deja llevar por la corriente como el “Hombre Corcho” de Roberto Arlt, habrá vivido, pero “no honró la vida”, como nos dice Eladia Blázquez desde su maravillosa poesía.   

Mira también:

ELEGÍA SOBRE LA EDUCACIÓN

Noticias Ambientales ELEGÍA SOBRE LA EDUCACIÓN El  Objetivo de Desarrollo Sustentable N° 4 Por Héctor José Fasoli Doctor en Química, docente e investigador,especializado en temas

Read More »
Share on facebook
Compartir nota en Facebook

BARBIJOS POR EL SUELO ¿NO ÍBAMOS A SER MEJORES?

AMBIENTAL FASOLI 1200

Noticias Ambientales

BARBIJOS POR EL SUELO ¿NO ÍBAMOS A SER MEJORES?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Reflexiones de peatón

Camino por la ciudad de Buenos Aires postpandemia. Llevo mi mascarilla descartable como todos los días, dispuesto a ponérmela al subir al colectivo. Observo que la señora y el señor que habitualmente esperan en la parada delante de mí ya no la usan. Es cuando me doy cuenta de que las autoridades, que nos mantuvieron seguros y ordenados dentro de casa durante casi dos años, nunca decretaron oficialmente el final de la pandemia. El virus se fue, con la ayuda de la vacuna, pero nadie, absolutamente nadie, explicó nada ni avisó nada. Mal hecho: después de casi veinticuatro meses de cuidados, donde éramos aconsejados por infectólogos, psicólogos, sociólogos y periodistas (muchas veces contradictoriamente), nadie dijo más nada. ¿O lo dijeron y me lo habré perdido? ¿Estará escrito en el Boletín Oficial?

Contra los que piensan que lo que se olvida no existió nunca, lo que se olvida puede volver a repetirse, sin haber aprendido nada.

Se supone que somos seres racionales y, por lo tanto, históricos. No sabemos, como todos los seres vivos, de dónde venimos ni hacia dónde vamos, pero tenemos conciencia de ello y nos preocupa. Por eso tenemos ritos de paso. Era necesario ese rito que cerrara la pandemia, que nos dijera que lo peor pasó, y que -al tiempo de alertarnos de que debemos seguir cuidándonos- nos anunciara el final de una peste que se llevó casi ciento treinta mil vidas solamente en la Argentina. Enfermedad que, por lo que sabemos, sigue acechando, con brotes y rebrotes, en varios países del mundo.

Un extraño en la ciudad

Desciendo del colectivo. El barbijo me sigue acompañando y percibo que la gente me mira extrañada: es verdad, en el transporte lo teníamos puesto solamente dos, en la calle uno de cada diez o veinte y en la universidad, nadie. En el trayecto de unas pocas cuadras esquivé una veintena de mascarillas tiradas en la acera y la calzada, de colores rosado, negro, blancas y celestes, pisoteadas y arrastradas por el viento. Hace un rato estuvieron cubriendo bocas y narices, interponiéndose a ataques de tos y de estornudos. Ahora están en el suelo, esparciendo otros virus y bacterias por algunos minutos. No nos quedó ni el recuerdo de las microgotas de Flügge que se desparraman a cientos de kilómetros por hora y de cuyas consecuencias nos machacaban en la radio, la TV y los diarios. Más tarde, en una heladería pequeñita de mi barrio, una nena con una tos intensa y persistente compartirá su arsenal microbiano con el niñito que acaba de conocer allí.

Mi hija, que como toda mi familia sigue cuidándose mucho, se pescó a pesar de todo un estado gripal que la tuvo seis días en cama; el médico que la atendió por WhatsApp dijo que no hace falta hisoparse. Buscamos un autotest para COVID en las farmacias y en las pocas que lo comercializan está agotado.  Mi hija voluntariamente se aisló como si fuera COVID; tiene fiebre y una tos seca que le hace doler la panza. Por lo que informan en la radio, hay muchos casos similares y la mayoría son de gripe A. En un hospital de la ciudad de Buenos Aires informan que solo uno de cada doscientos hisopados da positivo de COVID. Pero hay gripe A, y se contagia: ¿vale la pena no cuidarse de ella o de otras gripes y enfermedades infecciosas que andan sueltas?

Entrábamos a las casas sin zapatos, dejábamos los abrigos en la puerta, nos lavábamos las manos y nos poníamos alcohol en gel: ¿no convendrá seguir haciéndolo? Silencio.

¿Aprendimos algo?

Íbamos a salir mejores de ese espanto. Aprendimos a cocinar los que nunca supimos hervir una papa; hicimos pan de masa madre, a la que cuidábamos reverencialmente, de forma casi religiosa. Fanáticos del asado se hicieron veganos; vegetarianos volvieron a probar carne. Pero al final de la pandemia, un aluvión enloquecido se arrojó sobre los mostradores de las casas de comida chatarra. Los docentes hicimos malabarismos para enseñar por internet; miles de estudiantes universitarios hicieron esfuerzos enormes para conectarse, estudiar sin compañeros, consultar en regiones remotas del país. Pero quienes cursaron cuarto y quinto año de la secundaria durante la pandemia quedaron inmovilizados en el tiempo: permanecieron un año totalmente encerrados, aprendiendo como pudieron y otro año yendo en burbujas, de vez en cuando, sin continuidad y, encima, con repentinas interrupciones. El resultado: miles de jóvenes sentados en bancos de la universidad, con cuerpos de adolescentes en mentes de niños. Otro triunfo de la mala política y de la imprevisión educativa. Sin duda, con tiempo, saldrán adelante, con mayor esfuerzo propio y de sus profesores: afortunadamente la juventud se sobrepone a todo.

Íbamos a salir mejores, a cuidarnos entre nosotros, a comprender al prójimo, a ponernos en el lugar del otro: se puso de moda la empatía. Íbamos a ser mejores, pero los mismos de siempre siguieron enriqueciéndose y los de siempre se siguieron empobreciendo y muchos perdieron el trabajo y la esperanza.

Aprendimos que el trabajo a distancia podía ser efectivo y eficiente. Que ahorrábamos tiempo y dinero en transporte y que muchas cosas que hacíamos en la oficina se podían hacer, incluso mejor, desde casa. Sin embargo, hace unos días nos enteramos de que una de las mentes brillantes que se hizo multimillonario con la tecnología compró una red social, despidió a la mitad de los empleados y hace ir a los que quedan a trabajar a la compañía. Íbamos a ser mejores, distintos y a aprovechar lo bueno que dejó el horror….

Íbamos a ser distintos, pero tan pronto se relajó la pandemia que nadie dio por terminada, una nueva e incomprensible guerra se desató en el continente que es padre y madre de nuestra cultura. Y la guerra es la misma guerra que vimos muchas veces: un agresor desembozado en pugna interminable contra decenas de países que se esconden detrás de un pueblo que es el que, en definitiva, pone el pecho a las balas.

Colofón esperanzado

Releo lo escrito y probablemente lo haga un par de veces más antes de enviárselo a la directora de Social y Solidaria. Ella, que tolera pacientemente que mis textos tengan periodicidad errática, tal vez lo publique. Se supone que escriba para la sección de Medio ambiente y no hice, hasta ahora, ninguna referencia directa a él.  De los grandes temas ambientales se ocupan muchos: los medios, las organizaciones no gubernamentales que ahora se visibilizan destruyendo obras de arte; hasta los gobiernos dicen se dedican a ellos: la falta de preocupación es una también una decisión, es decir una ocupación. Así que esta nota es pequeñita porque se ocupa de mí y de mi circunstancia, de usted y de su circunstancia: es decir, de uno y su entorno más próximo y más íntimo. Trabajar desde allí, cambiando desde allí, tal vez se pueda mejorar el mundo.  

Mira también:

PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Noticias Ambientales PINTEMOS NUESTRA ALDEA Por Héctor José Fasoli Doctor en Química, docente e investigador, especializado en temas ambientales. Premio Konex de Platino en Ciencia

Read More »
Share on facebook
Compartir nota en Facebook

PINTEMOS NUESTRA ALDEA Parte3

PINTEMOS NUESTRA ALDEA 1200

Noticias Ambientales

PINTEMOS NUESTRA ALDEA - 3ra parte

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Retomemos el paseo por nuestra fascinante ciudad de Buenos Aires. Ciudad intensa como pocas, con bellezas arquitectónicas que se conservan a pesar del avance literalmente demoledor de las inversiones inmobiliarias.

Muchas veces estas inversiones consiguen esquivar códigos de construcción de manera que nos invitan a preguntarnos si las excepciones no violan el principio de igualdad ante la ley.

Los barrios olvidados

Frecuentemente ocurre que hay barrios que, por razones difíciles de comprender para el observador común, parecen despertarse de una siesta prolongada y crecen entre viejas construcciones recicladas, como ocurrió con el barrio de Palermo (Soho y Hollywood), Villa Urquiza y ahora está pasando con Villa Ortúzar. Pero hay otros que permanecen en un estado de peligroso decaimiento, donde atrás de sus paredes parecen adivinarse oscuras actividades y, muchas veces, se despiertan sospechas de ocupaciones clandestinas. Es el caso de las calles próximas a las avenidas Gaona y Juan B. Justo, al oeste de la avenida Nazca. La misma impresión dan algunas calles aledañas a la avenida Avellaneda, al este de Nazca, casi hasta Flores.

Es difícil saber qué ocurrirá con ellos, mientras se observa cómo se deterioran frentes añejos y hermosas puertas y ventanas de estilo aparecen tapiadas.

Otra vez el agua

Hubo un tiempo en que no había casa donde no faltaran canillas goteando o inodoros perdiendo litros de agua en delgados hilos que se escurrían continuamente a través de las juntas de goma. Los medidores de agua detuvieron ese derroche escandaloso a fuerza de aniquilar la economía familiar.

Sin embargo, el gasto que se comparte se diluye y es así como aun hoy se observa un atroz despilfarro en muchos edificios de departamentos, donde durante la mañana se limpian las veredas con ingentes cantidades de agua.

Los sistemas de lavado con poca agua y presión de aire todavía no son muy comunes en las viviendas, aunque sí en los lavaderos de autos, que están limpiando carrocerías con muy poco consumo, al tiempo que el uso de productos novedosos permite una mejor limpieza con menor contaminación ambiental.

Limpios, pero no tanto

La Argentina está entre los países que posee mayor consumo de productos de aseo personal y de limpieza en el mundo. Independientemente de que esta posición privilegiada está preferentemente relacionada al mal empleo de estos productos (especialmente los limpiadores domésticos), es llamativo que esa pulcritud individual y familiar no concuerde con el pésimo comportamiento en los lugares públicos.

En efecto, vemos automovilistas que se deshacen de papeles y latas a través de las ventanillas de sus vehículos; fumadores que después de la última pitada arrojan lo que queda del cigarrillo encendido hacia cualquier lado, sin preocuparle si quema una pierna de un adulto o el rostro de un niño; paseadores de perros que solo levantan las necesidades de sus pichichos si descubren algún testigo de la omisión prevista; cientos de lunares oscuros sobre las aceras, señales de chicles arrojados descuidadamente y pisoteados una y cien veces; baños de sitios públicos -incluidos restaurantes y universidades privadas – escandalosamente sucios; son una prueba del pobre compromiso social con la limpieza.

Todo esto, acompañado por una muy mala gestión de los residuos urbanos: basta ver el estado deplorable de los contenedores negros, maltratados por recicladores urbanos y por los mecanismos de los camiones recolectores que los sacuden hasta que se descalabran.

Ni que hablar del comportamiento indisciplinado para tratar materiales reciclables, en contenedores verdes que se usan para los mismos residuos que los negros. Recipientes con restos de pinturas, aceites de vehículos, insecticidas domésticos, cartuchos de impresoras, entre otros, se tiran con la basura común y se sospecha un destino final también común, poniendo en riesgo la salud de generaciones futuras.

No sabemos, porque los gobiernos no lo informan, si esos desechos son separados durante su clasificación final, aunque lo correcto sería contar con contenedores especiales para residuos peligrosos.

Educar al soberano

Terminamos nuevamente en el tema de la educación. La conducta social inadecuada es resultado de una falla grave en la educación de los niños. Todas las cuestiones relacionadas con la convivencia se aprenden con el ejemplo y esto se logra en los primeros años de la enseñanza.

No se requieren horas adicionales de clases ni maestros especiales para hacer bien las cosas, para tratar bien al compañero y al maestro, para respetar al niño hablándole de manera madura de acuerdo con su edad. Se debe enseñar en el aula lo que corresponde al aula, pero la escuela son esas cuatro paredes más el patio, los baños y los salones de actos.

La escuela es, sobre todo, el otro con el que se convive (con-vive) una parte importante del día. La escuela como contraposición de la calle, lugar de esa fauna humana heterogénea donde, entre otros, están los que han sido mal educados. Por eso la escuela debe ser un modelo para la sociedad y no, simplemente un espejo de ella.

Colofón ciudadano

Paseamos a través del relato por una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, que sigue los mandatos de las modas señalados por las grandes capitales: construcción, vestimenta y algunas costumbres son netamente importadas y arraigan rápidamente en la ciudad de Buenos Aires.

Pero nuestra ciudad también fue pionera en algunos progresos a nivel mundial: agua potable, ferrocarriles, tranvías (¡tuvimos tranvías!), son ejemplos de todo eso. En este paseo nos detuvimos a observar el ambiente que nos rodea y descubrimos mucho para mejorar. ¿Puede lograrse?

Mira también:

PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Noticias Ambientales PINTEMOS NUESTRA ALDEA Por Héctor José Fasoli Doctor en Química, docente e investigador, especializado en temas ambientales. Premio Konex de Platino en Ciencia

Read More »
Share on facebook
Compartir nota en Facebook

PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

PINTAR MI ALDEA 1200

Noticias Ambientales

PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Buenos Aires: hermosas cafeterías con el peor café del mundo

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Nos proponemos pintar nuestra aldea, describiendo su ambiente -es decir, lo que nos rodea- con la subjetividad que nos permite el vivir en una de las ciudades más importantes del mundo, y con la objetividad que aporta el conocimiento y el sentido común y, sobre todo, el buen sentido (este a veces se contrapone a aquel).

Será un paseo tranquilo pero una descripción viva y animada, tal como define el diccionario al verbo pintar. Acompáñenos.

La reina del Plata

Buenos Aires se modernizó y embelleció a partir de la epidemia trágica de fiebre amarilla de 1871. La decisión de entubar los arroyos que la atravesaban y esparcían lodos y aguas contaminadas en sus márgenes, permitieron que la ciudad, geográficamente aislada en franjas fangosas y peligrosas, se uniera en una amplia planicie con hermosas barrancas en zonas próximas al río. Esa decisión, que hoy sería muy cuestionada ambientalmente, permitió que se abriera la Avenida de Mayo, al tiempo que se desarrollaba el monumental sistema de obras sanitarias con una empresa nacional que sería ejemplo para toda América durante casi un siglo.

Tan rápida y elegante creció la ciudad en su coqueta calle que recuerda a Madrid, que al poco tiempo el gran depósito del majestuoso edificio del Palacio de las Aguas Corrientes de la avenida Córdoba al 1900 ya no podía proveer a los edificios altos del centro de la ciudad.

La reina del Plata tenía un palacio hermoso que cumplió su misión hasta fines de 1970; los depósitos de agua aún activos son los de Caballito (avenida Pedro Goyena) y Devoto (avenida Beiró). Tan magnífica obra ingeniería, en tiempos en que el ambiente no estaba en la agenda política excepto frente a grandes catástrofes, proveyó significativas ganancias prácticamente sin inversión a la concesión privada de los años 1990.

Antes de seguir, una curiosidad: esa vocación por monarcas y palacios que nos rodea (Buenos Aires tiene o tuvo desde “El rey del confort” hasta el “Palacio de la papa frita”), ¿no ocultará un sentimiento no cristalizado originalmente que algunos próceres entrevieron como salida a la nación que se formaba a principios del siglo XIX?

¿Dónde está el río?

La ciudad tapó sus arroyos y se alejó, a fuerza de relleno constante, del Río de la Plata. De sus aguas color castaño proviene el agua potable de excelente calidad desde hace bastante más de un siglo. Ese mismo río, sin embargo, parece estar cada vez más lejos de Buenos Aires y más cerca de Montevideo. A su vera mandamos, como encondiéndolo, el monumento al hombre genial, ocasionalmente en desgracia, acusándolo de traición por descubrimiento.

La memoria reciente y parcializada también tiene un lugar allí, como lo tiene una mágica reserva ecológica que apareció como consecuencia de frustradas inversiones inmobiliarias en tierras ganadas (¿ganadas?) al río. Hoy se proyectan barrios carísimos y, por lo tanto, exclusivos, que seguirán construyendo un muro entre nosotros y ese mismo río que nos sostiene ambiental y económicamente.

Hace unos días iba conduciendo por la avenida Lugones con el navegador del auto activado y de repente me encontré comentándole a un amigo: “me gusta recorrer Buenos Aires con el GPS: puedo apreciar la imponencia de nuestro río mejor que paseando por la costanera”.

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Mirar para arriba

Teniendo cuidado de no tropezar y caer sobre necesidades caninas y las necedades de sus tutores, mire por encima de las marquesinas comerciales que dividen en dos a los edificios, paralelamente a la vereda; el observador apreciará los balcones y terrazas de construcciones añejas y hermosas, perdidas entre una maraña de letras de colores y cables enredados de compañías de cable, electricidad y teléfono.

Barrios como Floresta tienen construcciones cuyos frentes fueron copiados de Barrio Parque, allá en Palermo Chico: toda una paquetería que se permitió una sociedad trabajadora, con aspiraciones pequeño burguesa que se instaló en barrios periféricos, más allá de Flores.

Vi hace unos pocos años una solución simple, económica y bella que cambió la vista de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca: todas las marquesinas del centro histórico debieron removerse y colocarse en forma plana sobre la pared y no volada sobre las veredas: el detalle cambió como de la noche al día el entorno visual de la histórica ciudad fundada por Mate de Luna.

Verde, que te quiero verde

Es poco imaginativo el subtítulo con los hermosos versos de García Lorca. Pero ¿dónde está el verde de Buenos Aires? La aparente ventaja vehicular del Paseo del Bajo fue supuestamente compensada con arbustos autóctonos -plantas de cortadera – que pasan gran parte de su tiempo amarillentos y que, encima, son un peligro para los transeúntes.

Hace cerca de tres meses avisé al gobierno de la ciudad de que el cruce peatonal próximo a la avenida Independencia era un peligro porque las plantas impedían ver a los vehículos que vienen a velocidad por Alicia M. de Justo hacia el norte. La denuncia fue desestimada. A los pocos días, una profesora fue arrollada al cruzar para ir dar clases a la universidad: todavía se repone de su fractura de pelvis…

Pensar que arbustos y macetas pueden mejorar los espacios verdes me parece un error de cálculo. Según números tomados de internet, la ciudad de Buenos Aires tiene seis metros cuadrados de espacios verdes por habitante. Rosario tiene casi el doble, aunque reconozcamos que las ciudades argentinas distan muchos de las europeas: leo que Roma tiene casi 167 metros cuadrados por habitante. ¿Estarán bien las cuentas?  Comparo con el Google Maps y parece que sí…

Colofón para descansar un poco

Nuestro paseo está por la mitad o tal vez menos. Buenos Aires tiene mucho para mostrar y mucho para ver. Tomémonos un cafecito, pero no en cualquiera de los cientos que hay en la ciudad: busquemos uno de esos que usan cápsulas herméticas y que garantizan calidad pareja y buen sabor. Una de las ciudades con mayor cantidad de cafés y bares, y de los más bonitos que se conocen, sirve uno de los peores cafés del mundo. Como dice mi madre: “no lo digo yo, está escrito…”

Mira también:

PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Noticias Ambientales PINTEMOS NUESTRA ALDEA Por Héctor José Fasoli Doctor en Química, docente e investigador, especializado en temas ambientales. Premio Konex de Platino en Ciencia

Read More »
Share on facebook
Compartir nota en Facebook

PINTEMOS NUESTRA ALDEA

PINTAMOS NUESTRA ALDEA 1200

Noticias Ambientales

PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

La pregunta del millón

En un artículo anterior comentamos que la problemática ambiental se puede clasificar por su alcance en: global, regional y local. Si la importancia de los temas se midiera por su tratamiento en los medios, no cabe duda de que las temáticas globales parecen concentrar toda la preocupación.

Los temas regionales se ponen de relieve solamente cuando ocurre algún evento catastrófico como inundaciones, sequías o un derrame de líquidos industriales como sucedió en una mina de la provincia de San Juan hace algunos años. Por otro lado, los temas ambientales locales casi no forman parte de la agenda de los medios.

¿Por qué ocurre esto si la problemática ambiental de una gran ciudad o de una pequeña localidad son importantes para la calidad de vida del ciudadano de a pie? Calidad de vida que, por otra parte, mejora o empeora perceptiblemente en cuestión de pocos días y no de decenas de años o siglos, como puede atribuirse al cambio climático.

Nos hicimos esta pregunta y llegamos a una serie de reflexiones que, por lo comprometidas, son difíciles de tratar sin caer necesariamente en el etiquetamiento político, una tendencia común y peligrosa a la que somos muy adeptos los argentinos, tendientes al fanatismo y poco proclives al análisis y diálogo objetivos.

El ambiente y nosotros

Primero.

Debe aceptarse que todo lo que ocurra fuera de nosotros mismos o de nuestro entorno íntimo familiar, forma parte del ambiente. “Yo soy yo y mi circunstancia”, dijo el filósofo, y nuestra circunstancia es el mundo que nos rodea, es decir el entorno, o sea el ambiente.

Pensar que “lo ambiental” está vinculado solamente con que se vean menos mariposas en primavera o que el otoño se adelante es una limitación conceptual de quienes entienden mal y explican peor el tema. Todo lo que pasa más allá de las pareces de nuestro hogar es el ambiente; ambiente que, naturalmente, compartimos y nos pertenece.

Esa pertenencia común nos involucra porque el saber compromete: como lego, puedo ignorar que la fisura en la casa de mi vecino es estructural y puede derrumbarse, pero si soy ingeniero y percibo casualmente el problema tengo la obligación ética y profesional de informárselo.

Segundo.

Escribir o hablar de mi ambiente, de nuestro ambiente, da la oportunidad de opinar sobre nuestra propia experiencia, experiencia que es al mismo tiempo observacional (yo como espectador de lo que nos pasa) y vivencial (yo como actor de lo que me pasa).

Como experto en temas ambientales puedo, en cuestión de un par de semanas o menos, hacer un relevamiento objetivo de la problemática ambiental de una pequeña localidad, digamos, que está a mil quinientos kilómetros de mi casa.

Pero como habitante de mi localidad soy un monitor continuo de lo que afecta o beneficia a nuestro ambiente. Todos somos sensores vivientes del ambiente, y con un entrenamiento básico, de escuela primaria, podemos ser detectores sensibles y bien calibrados de lo que modifica, para bien o para mal, a nuestro ambiente.

Opinión, formación y responsabilidad

Tercero.

Toda opinión que usted o yo emitamos sobre este o cualquier tema será tomada con intencionalidad política. Es inevitable, y no solo en nuestro país; volvemos a la cuestión del etiquetamiento que mencionamos párrafos más arriba. Pero no señalar los problemas para evitar que nos etiqueten es, como mínimo, autocensura y como máximo, cobardía.

No hay ideología en las cuestiones técnicas: hay cosas que técnicamente están mal y cosas que técnicamente están bien; y hay muchas cuestiones que solucionan un problema, pero generan otros: el daño ocasionado no puede ser mayor que el bien que se pretende; es decir, el remedio no puede ser peor que la enfermedad.

Entre esos extremos hay muchas maneras de hacer las cosas, pero hay algunas que son mejores que otras. En la temática ambiental se trata de hacer lo mejor en beneficio del ambiente, que en definitiva es en beneficio de todos. Tratar temas ambientales con un sesgo político es tan inmoral como que un médico de un partido político se niegue a salvar la vida a un enfermo del partido opositor.

Cuarto.

 La detección de situaciones que degradan el ambiente de las personas que viven en él tiene mucho de obvio y también de intuitivo: todos sabemos qué es lo que perjudica al medio en que vivimos, aún más allá del perjuicio individual, es decir, con respecto a un perjuicio colectivo superior.

Pero hay temas que pasan desapercibidos por el lego y que solo pueden ser detectados o anticipados por especialistas. Por eso es clave que tanto en la función pública como en las empresas privadas el área ambiental esté a cargo de especialistas y, particularmente, de profesionales que con su accionar pongan en juego su puesto, su prestigio y su licencia.  

Los intereses creados

Quinto.

 Existen intereses creados que accionan sobre quienes toman decisiones. “Accionar” tiene un significado ambiguo: puede referirse tanto a influenciar sobre qué se decida o, directamente, a concretar negocios espurios con la complicidad y beneficio directo de la autoridad. Los factores de presión existen: algunos aspectos vinculados con el perjuicio del ambiente son tan obvios que solo pueden explicarse a través de ellos.

Sexto.

Con la temática ambiental pasa lo mismo que en su momento ocurrió con las cuestiones vinculadas con la calidad. Las empresas no se ocupaban de ella porque desde todo punto de vista implicaba pérdidas: invertir en mejorar procesos y productos, gastar en controles internos y, sobre todo, recibir cada tanto la mala noticia de que los procesos no andaban bien y los productos eran defectuosos y, por lo tanto, un proceso había que mejorarlo (pérdida de tiempo), una máquina había que cambiarla (pérdida de dinero) o un lote de producción había que desecharlo (pérdida de tiempo y muchísimo dinero).

Cuando se impuso la obligación de contar con sistemas de calidad adecuados y las empresas debieron ajustarse a normas para exportar, la cuestión cambió y de una ecuación aparentemente desfavorable aparecieron oportunidades que beneficiaron a la empresa a través de la mejora de los productos.

Aunque parezca mentira, el cambio fundamental debió ser cultural: introducir en los gerentes, supervisores y empleados la conciencia de que la calidad importa de manera efectiva y no declarativa.

Lo mismo ocurre con el ambiente: la calidad del ambiente importa y no como un lema de la dirección de una empresa o de un gobierno municipal; el ambiente importa porque en ello va la calidad de vida nuestra y de nuestros propios hijos y nietos. Y también debería ir en ello el futuro político del gobernante.

Colofón y anticipo de lo que viene

Se atribuye a Tolstoi la frase “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. En un próximo artículo trataremos la temática ambiental de nuestra gran aldea, la ciudad de Buenos Aires, para que el lector que vive en ella observe con detenimiento el mundo que lo rodea, quien lea la nota en las otras grandes o pequeñas ciudades del país pueda reconocer y reconocerse en lo que tratemos y, finalmente, para que, quien viva en el extranjero compare y escrute su propia aldea: las personas y lo que hacemos con el ambiente no somos tan distintos. La diferencia fundamental, en todo caso, es con qué responsabilidad encaramos nuestra vida en comunidad.

Share on facebook
Compartir nota en Facebook

EDUCACIÓN Y AMBIENTE: EN CAMINOS PARALELOS

EDUCACION Y AMBIENTE 1200 2

Noticias Ambientales

EDUCACIÓN Y AMBIENTE: EN CAMINOS PARALELOS

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Educación y trabajo

Dijimos en un artículo anterior que la educación, por sí sola, no tenía las posibilidades de cambiar a la sociedad y que no era conveniente que así fuera; que todo cambio en la sociedad debe ser consecuencia de transformaciones sucesivas y coherentes en todas las instituciones que la conforman.

Agregamos ahora: pretender un cambio desde la educación puede conducir a toda la sociedad hacia donde algunos focos de poder deseen orientar los intereses de la mayoría hacia intereses minoritarios. Hasta hace unos treinta años esos intereses eran fundamentalmente ideológicos. Ahora son esencialmente económicos y, en consecuencia, también -pero luego- ideológicos.   

Formar una persona que entre otras cosas tendrá que trabajar

Observe el lector que desde hace alrededor de un par de décadas se comenzó a pregonar que la educación debe orientar al alumno hacia el mundo del trabajo. La educación debe conducir a formar ciudadanos cultos, formados intelectual y espiritualmente para expresarse y desempeñarse con respeto y libertad en un mundo variado donde, entre otras cosas, tendrá que trabajar.  

Enviar a estudiantes de enseñanza media a hacer pasantías a empresas genera un sesgo en la persona que le quita opciones con la ilusión de abrirle un camino. Hace aproximadamente veinte años, una funcionaria de Educación de la provincia de Buenos Aires decía que, si un partido de la provincia tenía una fábrica de lácteos, los estudiantes debían formarse exclusivamente en esa producción. Nada más estrecho, cerrado y antieducativo puede imaginarse. Es verdad que, en una adolescencia sin futuro, un camino es mejor que ninguno, pero muchos caminos son infinitamente mejor que uno y único.  

¿Y si llevamos a los estudiantes a los museos?

Llevemos a los estudiantes a los museos de artes y ciencias que tenemos y muy buenos, y no solo los estaremos formando mientras charlan con los especialistas, sino que muy probablemente descubramos vocaciones en arte, en ciencias o, también en museología. Lo mismo con la industria: que los jóvenes recorran una acería con una buena explicación a su nivel y con esa sola visita de pocas horas pueden surgir vocaciones para la ingeniería.

Hagamos a los estudiantes viajar, intercambiar vivencias con otras regiones del país, y nos conoceremos mejor y entenderemos que hay un mundo país, hermoso y con necesidades, algo más allá de nuestro ombligo.

Basura Tecnológica

La cultura del trabajo

Dicen por ahí que se perdió la cultura del trabajo. Lo que se perdió, antes que nada, es el trabajo. También comentan que la gente no quiere trabajar: si la opción es dinero que cae del cielo del Estado a cambio de no hacer nada, yo me sumo y dedico mi tiempo a lo que más me gusta: pensar y escribir es decir a hacer nada para la mirada de muchos (pensar no es trabajar, pero escribir sí, decía un gran pensador y escritor argentino). Se erró en la extensión de la ayuda y se pretende cubrir eso con más ayuda a cambio de nada.

Repetimos: la cultura del trabajo no se pierde; primero se pierde el trabajo, después se tapa la carencia con dinero que muchas veces es más que lo que paga un trabajo medianamente digno.  

Con esa visión de educar para el mundo del trabajo, ¿para qué generar científicos en la Argentina si la producción científica no tiene un impacto rápido y directo sobre la sociedad? Es un buen punto: hay que cambiar la forma de producción científica y no tratar de evitar que se forme gente de ciencia.  

Inventar carreras atadas a la demanda

Los supuestos visionarios de la educación inventan carreras atadas a la demanda en el mercado. En los años 1990 se multiplicaron las carreras en informática y la inclusión de computación en todos los planes de estudios de casi todas las carreras, especialmente las de mi área, las técnico-científicas.

Dije inmediatamente que lo que se estaba enseñando era operación de programas y no computación ni informática, que lo que había que enseñar era programación. Programación, entonces y aún hoy, se podía aprender sin computadoras, como muchos colegios la enseñaban en la década de los 1970.

Nichos educativos donde reina la paz de los muertos

Si se quiere innovar en educación, especialmente la universitaria, debemos adelantarnos al menos 30 a 50 años a lo que viene. ¡Eso es hacer futurología científicamente! No se trata de aprovechar los “nichos de oportunidades educativas” para acá y ahora. En educación todo nicho nos conduce a cubículos oscuros, cerrados y tenebrosos donde reina la paz de los muertos…

Enseñar lo permanente

Lo mejor para estar siempre adelante en educación es enseñar bien las bases permanente de todas las grandes áreas del conocimiento, que no son tantas: el idioma (lengua y literatura; leer, leer mucho, siempre y todo, acorde a cada edad); la matemática (el pensamiento abstracto pero también la aplicación de los números); las ciencias naturales (biología, física y química, en ese orden y con mucha observación y experimentos desde las edades más pequeñas); las ciencias antropológicas (las relaciones entre geografía e historia, que hoy, ayudado con los viajes virtuales por internet permite aprender en pocas semanas lo que antes costaba varios años) y, finalmente, pero como centro observacional de todo eso, discutir sobre el presente: la tecnología, el ambiente, las ideas y las creencias.

La buena educación no está para aceptar lo que nos proponen sino para cuestionarlo, buscarle fallas técnicas o éticas. Y descubiertas, corregirlas, crear algo mejor, fabricarlas y venderlas: ¡eso es generar trabajo a partir de la educación!

Frase antieducativa: “la ciencia cambia tanto que es imposible enseñarla toda”.
Respuesta: la ciencia no cambia demasiado y la Ciencia de base, casi nada. Las aplicaciones de la Ciencia sí cambian, y eso es la tecnología, algo que se sabe perecedero: se trata de entender cómo se interacciona con ella y que sabemos de antemano que pasará de moda y será reemplazada por otra supuestamente mejor que, por lo general, nos obligará a gastar más dinero antes de haberle sacado todo el provecho a la tecnología anterior.  Eso es consumismo a la máxima expresión.

Colofón ambiental

Pero ¿no era esta una columna sobre temas ambientales? Lo fue toda, pero hablando de asuntos de educación que repercuten, como todo, en el ambiente. Cada cambio tecnológico que no se aprovecha al máximo genera una cantidad de residuos de materiales supuestamente obsoletos que difícilmente puedan reciclarse en porcentajes elevados, utiliza insumos minerales que podrían haber pasado más tiempo quietecitos en la corteza terrestre y no cambiando de estado y composición química, generando emisiones peligrosas.

Aspectos elementales de la vida cotidiana no se han normalizado, como por ejemplo los cargadores y, sobre todo, las fichas de carga y la forma y tamaño de las baterías. Toda empresa tiene una supuesta conciencia ambiental que le es propia, porque la unificación de criterios y normas con otras empresas le impediría sacar ventajas competitivas y eso es mucho dinero.

Entonces, ¿a quién le importa el ambiente?  A usted y a mí, ciudadanos de a pie, que debemos soportar estos desatinos con la esperanza de que algo o alguien despierte a las conciencias. Eso, modestamente, intenta esta columna.  

Share on facebook
Compartir nota en Facebook

ERRE CON ERRE…

NOTA FASOLI 1200

Noticias Ambientales

ERRE CON ERRE…

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

`R con r, guitarra…´ me recitaba mi abuelo, y yo empleé mucho después la coplita para corregir la pronunciación de esa letra, ligeramente arrastrada, en mi hijo de dos años. Algún atractivo tendrá este fonema vibrante que los porteños junto con la “ye” en general pronunciamos con energía casi agresiva, para dolor de tímpanos del visitante extranjero.

Algún atractivo tendrá, decimos, porque en el mundo la “r” se emplea, con sentido mnemotécnico, en las instrucciones para mejora del ambiente, y ha dado lugar a una interesante disputa que podríamos llamar “fonémica”, con toques políticos e ideológicos”.

R con r, barril…

“Hace ya varias décadas que se pusieron de moda las 3R del cuidado ambiental: Reducir, Reutilizar y Reciclar. Interesantes actividades vinculadas con la conducta individual y familiar, aplicable en pequeñas comunidades pero que fallan en localidades grandes, mal educadas y desorganizadas o, decididamente mal gestionadas, como expusimos en una nota anterior”.

Reducir es clave

“Reducir es clave, pues incluye actitudes que no solo tienen implicancias ambientales y que, además, son importantes para la economía familiar. Por lo pronto, comprar menos, especialmente alimentos perecederos; debería consumirse todo lo que se adquiere y, también, todo lo que se cocina.

Tiempos hubo en que los alimentos seguían un curso absolutamente natural: lo que sobraba en una comida se consumía o se reprocesaba en la siguiente, lo que aún quedaba alimentaba al perro o gato de la casa y, pequeños restos, iban a las gallinas o conejos y a producir abono para las plantas.

En las ciudades, se recomienda usar el sobrante de alimentos para fabricar tierra fértil, para lo que se requiere tiempo de procesamiento y hay un límite físico para su obtención.

Formas de reducir son comprar solo lo que se va a consumir, no abusar de productos descartables (especialmente los plásticos), utilizar la impresora en modo “borrador” (ahorro de tinta), no malgastar agua, gas ni electricidad; próximamente daremos algunas indicaciones para reducir este consumo, imprescindible en estos tiempos de precios altísimos de los servicios”.

Reutilizar

“Reutilizar hace referencia a dar aplicaciones diferentes a los materiales o extender su uso: por ejemplo, dar la ropa que ya no se usa, emplearla como trapos cuando está en mal estado, darle otros usos a frascos que contuvieron alimentos.

También pequeñas acciones que parecen poco importantes: usar el papel para escribir de las dos caras (yo hago “blocks” para anotaciones), emplear los cuadernos con hojas libres para continuar el curso siguiente, actividad que, a mi juicio, tiene gran importancia pedagógica”.

Reciclar

“Reciclar significa aprovechar parte de lo que se desecha para usos previos antes de la disposición final. Ya hablamos de la cadena de los alimentos; sumemos a eso, cierres y botones de ropa que se utilizará como trapo pueden servir para reemplazar a otros rotos o modernizar ropa antigua.

Por supuesto, hay materiales que, si se clasifican adecuadamente en casa, como ser los envases de vidrio, aluminio, plástico y cartón, pueden reciclarse industrialmente. Pero esta clasificación, ya lo comentamos, requiere un esfuerzo individual que solo se justifica con un sistema de gestión de residuos debidamente optimizado”.

¡Qué rápido rueda la rueda!

“Los materiales reciclables suelen indicarse por una figura formada por tres flechas curvas que se cierran formando un triángulo con un número en su interior o una sigla debajo. El lector puede verificarlo fácilmente: las latas de aluminio tienen la figura triangular con la sigla ALU debajo; las tapitas de las botellas de gaseosa tienen un número 2 dentro del triángulo o la sigla HDPE (a veces PEAD) para el polietileno de alta densidad.

Esos materiales, debidamente clasificados y transportados a donde corresponda pueden ser reciclados en una proporción muy alta del total del envase original. Muchos productos suelen indicar con qué porcentaje de material reciclado fueron fabricados, aunque a veces es difícil asegurar la veracidad de esa información.

Envase muy eficiente para la conservación de bebidas y alimentos fluidos o con líquidos, pero muy complicado para reciclar, es el tetrabrik, por la dificultad de separar las delgadas capas de aluminio, cartón y polietileno que lo forman.

De manera más reciente se ha comenzado a hablar de Economía Circular, como una alternativa a la habitual economía lineal. Esta Economía Circular incluye algunas etapas previas a la disposición final de los residuos; abreviadamente las etapas son: obtención de materias primas, producción, comercialización, consumo, clasificación de residuos, trituración, reciclado de (algunos) materiales, obtención de materias primas secundarias, inertización de residuos no reciclables, obtención de residuos no peligrosos y disposición final.

Está claro que, como la denominación lo indica, lo circular es la economía, con lo que el ciclo “cierra” si lo hace económicamente. Bien mirada, la Economía Circular es una segunda línea de producción tendiente a aprovechar materiales que en otros tiempos se desechaban.

La Economía Circular, en ese sentido, tiene sus propias 3R: Recuperar, Reelaborar, Reinsertar productos al circuito económico, con sus obvios beneficios ambientales. Las denominaciones de producción “de la cuna a la tumba” para la economía lineal y “de la cuna a la cuna” para la economía circular son variantes de mercadotecnia muy impactantes, pero poco convincentes y reales, especialmente en el caso de la Economía Circular”.

Las ruedas del ferrocarril

¡La rueda del ferrocarril!

“Entre todos los materiales extraídos de la naturaleza, los metales son aquellos que más claramente muestran la posibilidad de ser reciclados con muy poco desecho. Un ejemplo típico es el hierro, que desde tiempos muy antiguos emplea la chatarra para la obtención de nuevos productos.

Lo sabe muy bien la Argentina, que en los años 1990 se deshizo de sus redes ferroviarias y una parte enorme de esa “residuo” fue a parar al incipiente pero pujante desarrollo de la industria pesada china que, por esos tiempos, además, andaba por el mundo comprando y buscando explotar minas de hierro.

La cuestión ambiental, como toda actividad económica, rápidamente adquirió sesgos ideológicos. La ideología no está mal para tomar posición frente cuestiones políticas y sociales, pero complica el panorama cuando relativiza el bien y el mal de acuerdo con el color de las facciones; obsérvense la posición de analistas locales e internacionales frente a la guerra en Ucrania y se entenderá a lo que me refiero, mientras muere gente inocente sin importar nombre, nacionalidad, edad, color ni religión”.

Las 8R del consumidor ecológico

“En esa dirección existen las 8R del consumidor ecológico, que simplificamos para no extendernos demasiado:

Reflexionar, eligiendo productos ambientalmente sustentables;

Rechazar productos tóxicos y no biodegradables;

Reducir el uso indiscriminado de bienes;

Reutilizar (ya discutido);

Reciclar (ya discutido);

Reparar un dispositivo que no funciona, antes de comprar uno nuevo;

Reincorporar a la tierra todo lo que sea orgánico (ya discutido) y

Reclamar ante las autoridades o los organismos competentes cuando las empresas no tienen un comportamiento comprometido con el ambiente.

Algunos reemplazan este último concepto por Resistir toda acción contraria a las 7R anteriores, confiriéndole a las 8R un claro sesgo ideológico anticapitalista”.

Colofón circular

“El crecimiento de las ciudades, la exacerbación del consumo, la competencia entre tener versus ser en una cultura donde ser es tener; la devoción de lo material en desmedro de lo espiritual; el individualismo prevaleciendo sobre la cooperación; ha repercutido de manera significativamente negativa sobre el ambiente.

En el extremo de esto, la reacción ideológica se adueñó de prácticas ancestrales, bastardeándolas, aferrándose a la invocación de la Madre Tierra en lugares donde Ella apenas puede sobrevivir en macetas con plantas mustias que con suerte nos acordamos de regar, por eso la proliferación en los balcones de cactus y suculentas.

La rueda se cierra en una discusión interminable, mientras en el centro de ese círculo están mi abuela y las abuelas de mis amigos cuidando la comida; reciclándola naturalmente; transformándola en alimento de sus perros, gatos, gallinas y plantas, o destejiendo pulóveres para hacer otros combinando lanas.

Y veo a mi abuelo y a los abuelos de mis amigos haciendo macetas con latas de duraznos o guardando en ellas clavos y tornillos o fabricando para sus nietos alcancías con botellas de boca ancha (¡alcancías!) 

Gentes, muchas veces, con poca instrucción, pero con mucha educación “natural”, transmitida a sus hijos y de ellos a nosotros.  “Nada nuevo bajo el sol”, pienso, mientras vuelve a mi memoria la vieja copla con la voz de mi abuelo: `r con r, guitarra…´”.    

Share on facebook
Compartir nota en Facebook

PARA EDUCAR HAY QUE CUESTIONAR LA EDUCACIÓN

PARA EDUCAR CUESTIONES 1200

Noticias Ambientales

PARA EDUCAR HAY QUE CUESTIONAR LA EDUCACIÓN

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

La educación no es el único factor de cambio. Últimamente, igual que cada tanto, se habla de la educación como un factor de cambio y de la posibilidad, incluso, de transformar el mundo a través de ella.

Esta afirmación, aun con algo de verdad, constituye en los tiempos actuales una utopía peligrosa y, en el mejor de los casos, es escasa de contenido, un cóctel al que le faltan ingredientes.

Es verdad que un buen sistema educativo es importante en la sociedad, pero tanto como lo es un buen sistema de salud, un sistema judicial, previsional, etc. Recordemos textualmente las palabras de Ortega y Gasset en su Misión de la Universidad, en la década de 1930: “No hay nación grande si no es grande su escuela, pero lo mismo puede decirse de su religión, de su política, de su economía y de mil cosas más”.

En una nación que no es enteramente grande ¿quién producirá el cambio reclamado? La responsabilidad recaería en una minoría aislada y, por lo tanto, ajena al ambiente social: una élite supuestamente superadora. En vista a las experiencias históricas en el mundo, resulta peligroso.

Vuelvo a citar al filósofo: “La escuela como institución normal de un país depende más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico producido artificialmente dentro de sus muros”. Es decir, debe haber vasos comunicantes entre ambos y debe haber algo más que mejore el aire público o que vaya mejorándolo de manera paulatina: se trata de un cambio cultural, al cual la educación contribuye, pero no es la única. Además, está a la vista que lo que hay naciones grandes o poderosas que tienen sistemas de enseñanza más bien flojos. El tema es tan complejo que, de por sí, requiere un tratamiento particular y que no esquivaremos más adelante.

Valores permanentes

Lo que es seguro es que, trabajando sobre Valores permanentes es posible conseguir transformaciones de base que nos pueden garantizar una convivencia más armónica. Pero para eso hay que aceptar que existen Valores permanentes, aunque la sociedad postmoderna quiera hacer creer que toda moral es relativa. Si me piden un Valor permanente, lo encuentro rápidamente: la solidaridad.

Hay más, por supuesto, pero con este basta para decir que los Valores permanentes deben enseñarse desde los primeros años de la niñez, en lo posible, desde la casa, pero si no, en la escuela.

En el mundo actual hay mucho que puede hacerse desde la educación, hoy y ahora, sin pedirle cambios estrambóticos: no olvidemos que en el mundo hay millones de niños que no reciben ningún tipo de educación, ni de calidad buena ni mala: eso, sin lugar a duda, es un desafío por resolver, concreto, factible e imprescindible.

También a través de la educación en procedimientos correctos podemos contribuir a mejorar nuestro entorno. Como decía un maestro mío: “hay muchas formas de hacer las cosas, pero algunas son mejores que otras”. Debe educarse tempranamente para hacer bien lo que se hace mal y hacer mejor lo que hacemos bien.

Niño reciclando

Educación ambiental

¿Cómo educar, por ejemplo, para que nuestro ambiente próximo no se degrade y podamos vivir de manera saludable y más agradable con nuestro prójimo?

En este punto se plantean dos posibilidades extremas: educar etariamente de arriba hacia abajo o hacerlo de abajo hacia arriba. En el primer caso, se requieren grandes inversiones en campañas de concientización para que los adultos adopten comportamientos que faciliten una convivencia ambientalmente sustentable.

Por ejemplo, en el manejo de residuos, funcionan bien las experiencias piloto en localidades pequeñas, donde es fácil hacer correcciones poco costosas en la medida en que se detecten fallas de procedimientos.

Fuimos testigos, y en alguna forma responsables, a través de cursos de capacitación y asesoramiento, de mejoras ambientales en la Patagonia, como la eliminación de bolsas plásticas y su reemplazo por textiles no tejidos también.

Sin embargo, los proyectos metodológicamente más eficientes consistieron en educar en la escuela y trasladar a través de los niños la enseñanza a los adultos. La responsabilidad y compromiso adquirida por un alumno de primaria permite modelar el comportamiento de los mayores: no arrojar papeles en la vereda, clasificación de residuos, reciclado, etc., se puede realizar con éxito en la escuela y trasladarlo a la familia y desde ellas al barrio y a toda la localidad.

Los residuos en las grandes ciudades

La situación en las grandes ciudades es diferente: si bien la educación escolar puede ser exitosa en la misma dirección que la explicada, se requiere un sistema de gestión municipal muy bien organizado para satisfacer y ordenar los esfuerzos de los vecinos.

Tomemos por caso la ciudad de Buenos Aires: la inversión en contenedores sin duda ha sido enorme; sin embargo, el funcionamiento del sistema es inadecuado porque no hay incentivos para la clasificación o, por el contrario, las exigencias para los vecinos no se condicen con lo que se sospecha es el destino final de los residuos separados.

Exigir lavar las botellas de bebida es impráctico, y las de aceites es difícil, requiere uso de grandes cantidades de detergentes, que se podría minimizar en procesos de lavado centralizado. Andes de exigir botellas limpias hay que enseñar a ahorrar en los productos que se emplean para ellos, como, por ejemplo, jabón y detergente.

Por otro lado, la población no conoce cómo es el sistema de gestión de residuos: qué se hace con sus botellas de plástico o de vidrio, cómo se reciclan, cómo es el negocio, muy rentable, por cierto, de la industria de los residuos. También se desconoce cómo funciona un relleno sanitario y cómo se compromete el futuro si no se minimiza la cantidad de residuos enterrados.

Muchos residuos que se generan en un hogar son peligrosos: aceites de máquina, solventes, pinturas, cartuchos de impresoras, etc.: ¿cómo se desechan de manera adecuada?

Hay tres disciplinas rectoras para enseñar, a través de ellas, cómo funciona la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana; esas tres asignaturas son Física, Química y Biología. Una formación adecuada en las tres permite comprender cómo es y cómo se comporta el mundo que nos rodea por dentro y por fuera de nuestra piel.

Colofón comprometido

La temática ambiental debe dejar de ser un compromiso declarativo de las empresas y de los gobiernos: se deben efectuar acciones transparentes y disponerse de un sistema de formación -no de “información”- serio y profundo de acuerdo con el nivel de enseñanza al que se dirija.

Solo conociendo y conociéndonos podremos reconocernos y reconocer la importancia que nuestras acciones individuales pueden tener para contribuir a mejorar nuestro entorno. Un entorno mejor, está probado, nos permite vivir de mejor manera.   

Share on facebook
Compartir nota en Facebook

CAMBIO CLIMÁTICO: DEL DRAMA A LA OPORTUNIDAD

Diseño sin título (18)

Noticias Ambientales

CAMBIO CLIMÁTICO: DEL DRAMA A LA OPORTUNIDAD

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Algunas temáticas ambientales comprometen a grandes regiones del planeta o a todo en su conjunto. Un ejemplo del primer caso es el denominado “agujero en la capa de ozono”, un problema que se detectó en la década de 1980: la reducción de la concentración de ozono en la estratósfera, a uno 20 a 25 kilómetros de altura sobre el nivel del mar. Este gas actúa allí como “filtro” para que la radiación solar dañina no alcance superficie de la Tierra. La rápida detección de las causas y la acción consecuente permitió estimar que entre 2030 y 2060 la concentración de ozono estratosférico regresará a los niveles considerados históricamente normales. Trataremos este tema con más detalle próximamente.

Aún más serio y sin vías próxima de solución es el calentamiento global, tema que es objeto de discusión en foros internacionales desde el Protocolo de Kioto de 1997, es motivo de manifestaciones populares a nivel mundial, oposición de muchos gobiernos y que, por todo esto, suele aparecer en los medios de comunicación de manera muy frecuente.

El efecto invernadero

Todos tenemos la experiencia de que una habitación más o menos cerrada, con un techo transparente de vidrio o plástico se transforma en un invernadero: un ambiente con temperatura superior a la del exterior, sin necesidad de calentamiento adicional. Este calentamiento natural se debe a que los gases de la respiración, principalmente dióxido de carbono y vapor de agua, quedan “atrapados en el ambiente”. Esto hace que la radiación solar que calienta el suelo, cuando se refleja, en vez de escapar al exterior, sea absorbida por los gases del ambiente y estos se calienten: la energía que normalmente escaparía al exterior permitiendo que el aire se enfríe queda almacenada en las moléculas de esos gases, calentándolo.

La atmósfera terrestre se comporta como un invernadero: los gases normalmente presentes en ella impiden que el planeta se enfríe demasiado cuando no lo ilumina la luz del Sol. Sin el efecto de invernadero tendríamos condiciones de temperaturas extremas que harían la vida inviable tal como la concebimos en nuestro planeta.

Si la concentración de gases de invernadero aumenta por encima de los valores considerados históricamente como normales, el planeta se calienta demasiado, produciendo un aumento de temperatura anormalmente alta.

Gases de efecto invernadero

Los científicos han encontrado una relación causal entre el incremento en la emisión de dióxido de carbono y el aumento de la temperatura promedio del planeta, resultado principalmente del empleo de combustibles fósiles (carbón y petróleo) que se incrementó de manera sostenida desde lo que se denomina la Revolución Industrial (mediados del siglo XVIII en adelante).

Las preguntas claves son varias y las trataremos de responder de manera sencilla:

¿Se puede medir la concentración de dióxido de carbono? La respuesta es sí. Existen equipos sencillos para medir la concentración de prácticamente cualquier sustancia en el ambiente. La concentración de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero (por ejemplo, el metano, componente principal del gas natural) se pueden medir regionalmente a través de estaciones satelitales, pero como control mundial se emplea una estación de monitoreo de referencia que se encuentra en el volcán Mauna Loa. La ausencia de vegetación en las proximidades a él permite conocer sin interferencias de otras fuentes cercanas la concentración de dióxido de carbono atmosférico: su variación a través del tiempo es una indicación de su cambio promedio en la atmósfera terrestre (la concentración se expresa en moles (o moléculas) por millón de moles (o moléculas) mpm[1], aproximadamente la cantidad de litros de dióxido de carbono que hay en un millón de litros de aire atmosférico seco).

En el año 2008 la concentración de dióxido de carbono medido en el observatorio Mauna Loa fue de 383 mpm y en 2012 de 396 mpm; debe tenerse en cuenta que la concentración de dióxido de carbono que contribuyó a modelar el clima de la Tierra a lo largo de dos millones de años fue de solo 275 mpm.

¿Cómo se sabe la concentración de dióxido de carbono que había antes de la Revolución Industrial o, incluso, en los siglos XVIII, XIX y XX? En realidad, las primeras mediciones de dióxido de carbono que se han realizado son de comienzos del siglo XIX, pero según los expertos, son confiables solo aquellas a partir de 1957. Considerando que la medición con el propósito de seguimiento del cambio climático es más reciente, no es muchísima la información disponible a través del tiempo. Afortunadamente, el dióxido de carbono atrapado a diversas profundidades del hielo antártico permite hacer una buena estimación temporal de este gas en un momento determinado del pasado.

¿Cómo se mide la temperatura promedio mundial? Actualmente, mediante estaciones distribuidas alrededor del mundo e integradas en el Sistema Mundial de Observación para la Vigilancia Meteorológica Mundial.

¿Hay otras causas para el efecto invernadero? Como se dijo, la causa principal se debe a la quema de combustibles fósiles, a lo que se le suma la deforestación, ya que la desaparición de bosques produce un gran desbalance, haciendo que los vegetales muertos aporten a la atmósfera grandes cantidades de dióxido de carbono y, por supuesto, desaparezca el ciclo por el cual las plantas consumen este gas para crecer (fotosíntesis: formación de azúcares y otros compuestos durante el día, aprovechando el dióxido de carbono y la energía solar).

Hay otros gases de efecto invernadero que no agregaremos aquí para no llenar al lector de información innecesaria.

[1] En las publicaciones se usa en símbolo ppm (partes por millón, pero en este contexto de la descripción resulta ambiguo).

Hay otros gases de efecto invernadero que no agregaremos aquí para no llenar al lector de información innecesaria.

Los responsables del cambio climático

No ahondaremos en un tema que necesariamente se termina transformando en una cuestión política (¡todo es política, dice un gran amigo mío!). Si tomamos como referencia la emisión de gases de efecto invernadero, China, EE. UU. de N.A., India y Rusia, juntos, emiten anualmente más de la mitad de los gases de efecto invernadero que llegan a la atmósfera; a su vez, estos países tienen alrededor de 42% de la población mundial. Lo que es verdaderamente llamativo es que, si distribuimos las emisiones de dióxido de carbono por habitante, un norteamericano “emite” algo más que un ruso y cada uno, entre tres y cuatro veces lo que emite un argentino.

Un habitante de la India, en cambio, es responsable de la mitad del dióxido de carbono que nos corresponde a cada uno de los argentinos (los datos se expresan en toneladas anuales; a cada habitante de los EE. UU. le corresponden casi 14 toneladas y a un argentino cerca de 4). Esto está claramente relacionado con el consumo energético, tema que trataremos próximamente.

Las consecuencias del cambio climático

El aumento de la temperatura promedio del planeta tiene consecuencias globales y también regionales. Una consecuencia global es la desaparición de hielos en la Antártida y el Ártico: grandes masas de hielo transformadas en agua líquida pueden aumentar el nivel de los océanos, conduciendo a la desaparición de islas y la modificación de las costas, con inundaciones en los continentes.

Las consecuencias regionales implicarán cambios en el clima: zonas frías que se volverán tropicales, regiones cálidas que se enfriarán; cambios en los regímenes de vientos y tormentas; disminución del agua potable en algunas zonas del planeta; desertización de regiones actualmente fértiles y mejoras de fertilidad en zonas actualmente desérticas.

Nótese que de esta última afirmación no todos se verán perjudicados a corto plazo por el cambio climático. Por eso, mientras la ciencia trabaja en soluciones y los gobiernos de los países responsables actúan en consecuencia, zonas hasta ahora infértiles de nuestro país pueden transformarse en suelos vírgenes para el cultivo de productos muy demandados.

Colofón optimista

 Toda crisis puede ser una oportunidad y, a corto y mediano plazo, la Argentina, país poco poblado y con una población mal distribuida, puede verse favorecida de esta transición que nos llevará restituir el planeta a una situación más “normal”.

Si durante ese proceso, grandes zonas desérticas de nuestro planeta se vuelven productivas, deberán aprovecharse, ya que claramente habrá un desplazamiento de la productividad mundial. Lo peor que se puede hacer es quedarse estático, esperando las consecuencias finales. En todo caso, es preferible decir, con Joaquín Sabina, “que el fin del mundo te pille bailando”.

Share on facebook
Compartir nota en Facebook
Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content